Los economistas se han encargado de volver el tema económico como uno de esos potreros donde solo pastan las vacas sagradas entendidas en la materia. Es como si les diera pena, o se sintieran disminuidos si llegan a entenderlos. Ténganos paciencia y verá que la cosa no es tan complicada. Por lo menos esta, que consiste en demostrar que estamos en el fondo de la olla.
El PIB es el valor total de todas las transacciones que se hacen en una comunidad, en cierto período. En otras palabras, es el indicativo fundamental de la riqueza. O de la pobreza, claro.
Para que un país en desarrollo tenga posibilidades reales de ofrecer cierta buena ventura para su gente, debe crecer cada año por lo menos el 5%. Que era en lo que veníamos, salvo en una parte del gobierno de Uribe, en la que tropezamos con la crisis internacional más pavorosa, solo comparable a la del año 30. Pues ahora ese cinco desapareció y el Gobierno se instaló en una previsión del 4.5%, que sin ser buena era al menos soportable.
Todos los que hablamos de estas cosas, porque pensamos en ella y las entendemos, así sea un poco, dijimos hace rato que para este 2.015 el 4.5 era una quimera. El Gobierno insistía y los comentaristas y los bancos multilaterales le pedían que se bajara de la nube. El Banco de la República había aterrizado en el 3.2%, que era una calamidad, pero que se veía aún muy optimista. Pues se acaba de bajar al 2.8%. ¿Eso qué significa?
Pues hablando en plata blanca, cada punto del PIB está valiendo en Colombia ocho billones de pesos. Luego una caída del 1.7%, lo que va del 4.5 al 2.8, equivale a trece billones de pesos mal contados. De los billones de verdad: millones de millones de pesos. Calcule en la mente lo que eso cuenta en salarios que no se recibieron, compras que no se hicieron, servicios que no se prestaron. Es un desastre. Así como suena. Que será peor de lo que calculamos. El Banco de la República tiene la obligación profesional del optimismo. Ya lo veremos bajándose del pésimo 2.8%. Imagínese lo que viene.
El tema cambiario es más grave. Este Gobierno mantuvo artificialmente bajo el valor del dólar, para aparentar que éramos ricos. Teníamos la moneda más fuerte del mundo. Pues el dólar ha pasado, en pocos meses, de valer $1.800 a los $2.900 de ahora. Era necesario que el peso se devaluara. Pero los remedios hay que darlos por gramos. No por toneladas. Esta devaluación espectacular arruina a los deudores en dólares, limita duramente las importaciones, encarece todo lo que hacemos con el exterior. Y la cuenta se alarga, porque no producimos dólares. Lo que significa que cada día valdrán más.
Y la tercera desfondada es la Hacienda Pública. El encarecimiento del dólar eleva gravemente la enorme deuda del Estado en dólares. Y la reducción del PIB, más la devaluación, lo ponen a pedir limosna. Para este año se calcula un déficit fiscal de quince billones de pesos, que puede ser mucho mayor y que no se sabe, a estas alturas, cómo remediarlo. Y para el año entrante, la cifra superará los treinta billones de pesos.
Se acabó la fiesta. Se acabó el nunca como ahora. Se acabó la fanfarronería de un Gobierno derrochón e inepto. Se gastó toda la bonanza y no tiene un dólar ahorrado. Sume usted estas tres cosas y vea que no exageramos al decir que esto se desfondó. Los malos gobiernos producen estas desgracias.