La Academia de la Lengua define eufemismo como “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión seria dura y malsonante”.
Uno de los frentes que el socialismo ataca primero, porque eso predispone a que los dogmas de esa “religión” vayan entrando en el tejido social, es el uso del lenguaje eufemístico, tergiversado y gaseoso. El primer ejemplo de tergiversación es la palabra “pueblo”, que elimina al ciudadano como centro del estado y lo convierte en masa. Además, tergiversada con el componente de la lucha de clases donde el “pueblo” es el “proletariado” para diferenciarlos de los “ricos”, cumpliendo el objetivo de dividir. En esa misma línea está el apellido “social”. Un líder social es un líder de izquierda, una organización social es una organización de izquierda, y un presupuesto social es el que se reparte para mantener los pobres, no solo en sus necesidades básicas, sino en mantenerlos como rehenes de la pobreza. Las demás agrupaciones sociales son solo “entes clasistas excluyentes”. Por el contrario, el apellido “salvaje” define a los enemigos de clase del pueblo, como por ejemplo con el capitalismo o el comportamiento salv
aje de la fuerza pública cuando neutraliza a los “desadaptados” que viven de asonada en asonada, siendo llamada esta a su vez eufemísticamente un “brote social”.
A qué no se adaptan los desadaptados: ¿a vivir en sociedad, o a vivir en una sociedad que no sea “popular”, eufemismo para socialista? Sin eufemismo, un desadaptado es un delincuente. Y el jefe de estas bandas se llama eufemísticamente “progresista” y no autor intelectual de la criminalidad, como es el nombre sin eufemismo. Y venden la idea que los vándalos son una especie de seres de energía, que, ante un paro, mágicamente se materializan y se dedican a destruir, y que los “buenos” de Fecode o la Minga indígena no tienen ni idea de quienes son. Con eso ocultan que son grupos creados y financiados para crear malestar social y provocar a la fuerza pública para que quede como una “salvaje”, neutralizándola legalmente, con ayuda de “asociados” (nacionales y extranjeros), que es el objetivo final para llegar al poder. Eso que los “progresistas” llaman “todas las formas de lucha”.
Sin eufemismos la doctrina de izquierda es como un narcótico que idiotiza a la sociedad hasta que pierde su libertad en manos de un bandido que llega al poder con el cuento de haber hecho un Pacto Histórico, eufemismo para socialismo del siglo XXI.
Los impuestos son uno de los temas de mayor peso para la estabilidad de una sociedad. En su libro El Pasillo Estrecho, Acemoglu y Collins, relatan como la democracia liberal, como hoy la conocemos, nació en Inglaterra por la confluencia de dos fuerzas, el concepto de estado de la antigua Roma y las asambleas “de todos” de los “bárbaros” germanos. Estos últimos fueron el embrión del parlamentarismo. Y la función principal de estas asambleas, era controlar que el monarca no pusiera los impuestos que quisiera, así fueran justificados en causas nobles como guerras santas. Y varios reyes fueron asesinados cuando quisieron “imponerse a la brava”. A las revoluciones estadounidense y francesa, las encendió la chispa de imponer más impuestos.
Nuestros economistas convertidos hoy en amanuenses del poder que, en su condición de tecnócratas amorales, solo ven los impuestos como una manera de “equilibrar” cuentas macroeconómicas sin importar sus implicaciones sociales, políticas e incluso económicas, solo las monetarias. Para defenderse, se autodefinen eufemísticamente como “economistas serios”, cuando en realidad son tecnócratas soberbios. Si a los editores de medios y la justicia colombiana que comparten estos eufemismos y tergiversaciones, le añadimos los actos “serios” de estos bufones del reino, Colombia parece condenada en su destino.
El sainete de la reforma tributaria y el manejo errático de la crisis posterior me recordó una frase del documental “los últimos zares” sobre Nicolas II y su esposa: “Negligentes a un grado criminal y penalmente incompetentes”.