El grito fue de Cristóbal Colón y sus alegres muchachos, el 12 de octubre de 1492, es decir, hoy hace 529 años, bien contados, cuando de buenas a primeras, en medio del mar, se toparon con las Indias. Eso creían ellos, pero la verdad es que estaban equivocados. Había indias, sí, pero no eran las Indias Orientales.
Sin embargo, a Colón no le ha ido muy bien. Sus enemigos lo atacan porque sí y porque no, de ladrón hijuetantas no lo bajan mientras lo bajan de los monumentos, y muchos de la primera línea quieren sacarlo de las páginas de la historia, como si la historia fuera una cuestión de páginas y de monumentos.
Algunos lo llamaron loco y hasta lo persiguieron por sus ideas. En la escuela nos enseñaron que el tipo era italiano. Ahora dicen que no, que era de España, y algunos hasta aseguran que era portugués. De malas, que ni siquiera tiene patria conocida. Pero no es el único. A Homero, el poeta griego, su cuna se la disputan siete ciudades de Grecia. De Lucio Pabón Núñez algunos dicen que es de Convención, y otros, que es de Villacaro. Y en mi caso sucede algo parecido, pero al revés: Ni Las Mercedes, ni La Victoria, ni Sardinata, reconocen que yo soy su hijo. (“De malas que es uno”: Tolo).
En una cartilla de la escuela, decía que el padre de Cristóbal Colón cardaba lana. Cuando le preguntamos a la maestra qué era cardar lana, ella nos dijo que había un error en la cartilla pues debía decir “que cargaba lana”.
Para financiar su viaje acudió al gobierno italiano y al portugués, y los mandamases le hicieron pistola. Entonces se hizo amigo de la reina Isabel la Católica de España, le picó el ojo y se la comió a carreta. Dicen que la reina empeñó sus alhajas, a escondidas de su marido, el rey, para darle la platica a su favorecido Cristóbal. Según fuentes que llaman fidedignas, la reina ni vendió, ni empeñó una sola argolla. El hombre tuvo que acudir a los prestamistas y a los del sistema del día a día. Y parece que no consiguió tres carabelas, como nos enseñaron, sino dos. La otra era una “nao”, embarcación pequeña, no apta para largos viajes marinos.
Ya en alta mar, Colón y su gente vieron las verdes y las maduras. Y tuvo que enfrentar hasta conatos de rebeldía entre su misma gente porque, después de varias semanas de navegación, no llegaban a la tierra prometida. Incluso casi que cuelgan a don Juan de la Cosa y a otros comandantes. Pero Cristóbal hábilmente manejó la situación.
Al fin, en la madrugada del 12 de octubre, avistaron tierra. Los chistosos, que nunca faltan, dicen que Colón divisó unas luces a la distancia, por lo que, emocionado, gritó “Tierra a la vista”, a lo cual, un grumete le arrojó un puñado de arena a los ojos. Los viajantes descendieron de La Pinta, la Niña y la Santamaría, y se encontraron con un mundo nuevo, rico y lleno de fantasías y colores. Habían descubierto un continente, hasta entonces desconocido. Sin embargo, los enemigos de Colón aseguran que ya los vikingos y los chinos y los escandinavos habían llegado a estas tierras. Puede ser cierto. Pero nadie lo había dado a conocer, como el amigo Cristóbal.
Sea lo que sea, pienso que debemos honrar la memoria de Cristóbal Colón que, un día, como hoy, se topó con nuestros antepasados, a quienes llamó indios. Y es cierto. Entre nosotros abunda mucho indio.
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