Mañana se cumple un año del ataque del grupo palestino Hamás, que mató a 1205 israelitas y tomó 251 personas como rehenes, de las cuales 97 continúan en Gaza. Este atentado terrorista fue condenado por la inmensa mayoría de naciones.
Colombia no lo hizo, y no era difícil, entendiendo que una cosa es Hamás, y otra el pueblo palestino, que merece la solidaridad internacional. No habiendo diferenciado, la polarización del país condujo al simplismo y, entonces, estar contra Petro implicó para muchos colocarse del lado de Israel, sin ningún análisis, ignorando la historia y la realidad.
La reacción de Israel, no obstante aceptar su derecho a la legítima defensa, ha desbordado los límites de venganza y odio, y se ha convertido en un verdadero genocidio. Fuera de arrasar con la infraestructura, destruyendo redes eléctricas, acueductos, hospitales, escuelas, mezquitas, y miles de viviendas, ha matado más de 41.000 palestinos, en su mayoría civiles. El 85% de la población de Gaza, en donde vivían 2.3 millones de personas, ha huido. Los huérfanos son miles, porque sus padres fueron abatidos. Las escenas son dantescas.
El fracaso de la diplomacia global ha dejado en evidencia la inmensa crisis que padece Naciones Unidas. No se observa una salida en el corto ni mediano plazo.
Por fuera ha habido acciones, pero de alcance limitado, verbigracia, la demanda de Sudáfrica contra Israel ante la Corte Penal Internacional, a la que se sumaron después España, México, Turquía, Chile y Colombia; o la posición de algunos países europeos, como Irlanda, Noruega y Eslovenia, que han reconocido el estado palestino. En Naciones Unidas, el veto de Estados Unidos a cualquier resolución de apoyo a los palestinos, o de cese inmediato del ataque israelí, impide cualquier avance.
Aunque se hayan reactivado algunos foros sobre la solución con los ‘Dos Estados’, uno israelí y uno palestino, esa meta parece actualmente ilusoria. Mientras Estados Unidos siga apoyando a Israel, será imposible.
En este tema, lo mismo da Donald Trump que Kamala Harris, a pesar de que en el debate del pasado 10 de septiembre la candidata demócrata hablara de los ‘Dos Estados’. Por política interna, mitigó su posición.
Pareciera que, desde su creación en 1948, Israel ha tenido luz verde para hacer y deshacer con total impunidad. Muchos olvidan las atroces guerras de 1948, 1967 y 1973, que produjeron el desplazamiento de miles de palestinos y la ocupación y colonización israelí de sus territorios.
Las potencias occidentales no hicieron nada por detener esas injusticias. Hezbolá, que significa ‘Partido de Dios’, fue creado por clérigos en el Líbano en 1982 como respuesta a la invasión israelí del sur del país. Hamás, por su parte, apareció en 1987, como resistencia palestina contra la ocupación israelí de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este.
En resumen, desde el célebre discurso de Yasser Arafat ante la Asamblea de Naciones Unidas en 1974, que produjo desbordada ovación, los líderes de Occidente poco han escuchado el clamor palestino.
En las últimas semanas el conflicto ha escalado por las acciones de Hezbolá, aliado de Hamás e Irán, en defensa del pueblo palestino, y por la reacción de altísima tecnología de Israel, que hizo explotar los beepers, y mató a centenares de militantes del grupo, entre ellos a su fundador, Hassan Nasrallah, así como a miles de civiles; en fin, los desplazados ya son un millón de libaneses que buscan ayuda humanitaria.
Irán, que decidió atacar a Israel a comienzos de semana, vio sus misiles interceptados. El conflicto empeora y acelera su espiral, porque la feroz respuesta de Israel ha sido lanzar miles de bombas sobre Beirut.
Qué lejos estamos de una diplomacia racional y efectiva. Más allá del slogan de la 79ª. Asamblea General de Naciones Unidas, que terminó el lunes pasado, y que reza “No dejar a nadie atrás: actuar codo a codo para promover la paz, el desarrollo sostenible y la dignidad humana a favor de las generaciones presentes y futuras”, la realidad solo muestra el horror de la guerra y la arrogancia de los poderosos.
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