A la vez que ocurren tiroteos y enfrentamientos en Venezuela, como consecuencia de la crisis, su jefe de Estado inaugura un centro de residencias y habitaciones para deportistas del país. Según él, el objetivo de éste es que los deportistas se sientan apoyados y acompañados por el gobierno bolivariano.
Esto es maravilloso, o por lo menos lo sería en una situación normal. Pero en un país donde los ciudadanos no tienen acceso a elementos básicos para su desarrollo, la construcción de dicha edificación es un disparate.
A pesar de la negación constante de las autoridades venezolanas ante la escasez de alimentos y medicamentos, los hechos dejan ver la realidad.
En días pasados, un rumor fue suficiente para causar una serie de alborotos en los que resultó baleado un joven de 21 años.
Al parecer, se expandieron comentarios en los que se decía que varios supermercados del país tenían harina y pañales.
Sin embargo, estos no fueron suficientes, lo cual desencadenó saqueos masivos y disturbios.
Ante los hechos, Francisco Rangel Gómez, gobernador de Bolívar, respondió con el mismo discurso de otros mandatarios, donde la ridiculez y la paranoia le ganan a la lógica y la razón. Para él, en Venezuela no hay escasez, sino que la oposición planea estas lamentables situaciones.
Ahora, el problema de abastecimiento irá más allá, ya que el gobierno ha ordenado el desalojo de las instalaciones que sirven a empresas como Polar, Nestlé, Cargill y PepsiCola, con el fin de construir casas para el programa social de vivienda.
Aquí volvemos a lo anterior, esto sería fantástico si no fuese porque los venezolanos tienen otras necesidades más urgentes. En sesenta días, lo ordenado por el juez para que se realicen los desalojos, se dejará de enviar comida a 19 municipios y mil quinientas personas quedarán a la deriva por falta de empleo.
Con una inflación superior al ciento diez por ciento, y un gobierno alucinante de poder, donde no se reconoce la crisis y el pánico colectivo aumenta, las acciones desesperadas no se hacen esperar.
Por lo tanto, la anarquía, y no el totalitarismo (imperante actualmente) podría ser el régimen bandera de esta Nación. Académicos expertos en Venezuela coinciden en esta afirmación. Por ejemplo, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social señala que en los primeros seis meses del año han ocurrido 56 saqueos a comercios y una serie de afectaciones a la seguridad y la convivencia ciudadana.
La escasez, así como la crisis social, no es habladuría, como sostiene Nicolás Maduro, quien por cierto cree que puede meter la mugre debajo de la alfombra y salir victorioso en los comicios electorales por la asamblea legislativa de diciembre próximo. La actitud de este presidente está más acorde con la de un espectáculo circense que con la de la diplomacia y la administración pública. Jugar billar ante las cámaras, hablar pésimo inglés y decir que los demás países están provocando a Venezuela –sucedió con Guyana esta semana, respecto al diferendo territorial por el Esequibo– son trapos rojos que no engañan a nadie.
El totalitarismo que ejerce sí es evidente ante los ojos de la comunidad internacional, la misma que quiere controlar la transparencia de las elecciones del próximo seis de diciembre y que sabe que ya se está trazando comida por petróleo. Doscientas treinta mil toneladas, para ser exactos.