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Gracias, señor Lumière
Monsieur Louis Jean, que los dioses lo mimen.
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Viernes, 18 de Octubre de 2024

Por una efeméride que nos cuenta por wasap el historiador Ricardo Vera Pabón nos enteramos de que escogió el 5 octubre de 1864 para abandonar el hotel mamá, que con su hermano Augusto inventaron muchas cosas, incluido el cinematógrafo, y que usted era pésimo negociante.

Me recordó al fundador del nadaísmo, Gonzalo Arango, quien no vendía un tamal en un derrumbe. Una vez puso en venta un catre por 800 pesos con esta insólita gabela: ¿Quién da menos?

Ustedes inventaron el cine y se asustaron con la criatura. Al empresario que ofreció comprarle la patente le dijo que su gracia no tenía futuro. La primera demostración de su invento fue en 1895 y mire dónde estamos: ad portas de que este peladero llamado tierra vuele en átomos por cuenta de los egos que mangonean en la aldea global.

Don Louis, le cuento que la primera vez que fui a cine me asusté viendo cómo un chorro del luz se convertía en imágenes al tropezar con una sábana blanca. Los perplejos espectadores de su primera película huyeron despavoridos cuando vieron que un tren se les venía encima.

Si Alzheimer no me hace quedar mal, entré en contacto con su juguetico en los años cincuenta en los famosos cinemangas que daba el padre Barrientos, párroco de san Cayetano. Su truco teológico era llegar a Dios a través del cine. En mi caso lo logró parcialmente porque terminé en el seminario. Guárdeme el secretico, pero mi intención era ser papa. Como a Eva, me perdió el inútil pecado de la soberbia. No pasé de acólito.

Por cierto que el proyectorista de las películas era el sacristán que previamente había visto la película, circunstancia que le permitía tapar escenas prohibidas para todo católico como darse piquitos “donde dijiste enemigos”.

El cinemanga fue el aperitivo antes de meterle la muela a películas que veíamos en los matinales del domingo. Si ver cine no era –es- lo más parecido a la felicidad entonces perdí todos los años. (También para entre nos, le cuento que mi abuela Ana Rosa Jiménez que vivió 101 años, solo fue una vez a cine a ver “Marcelino, pan y vino”. Salimos berriando del teatro Alameda, de la calle Colombia, en Medellín, donde la vimos).

En los cinemas paradiso de barrio yo pertenecía a la aristocracia de gallinero. Tenía sus inconvenientes ver cine desde la llanura: los guaches de luneta, para marcar territorio, se divertían arrojándonos colillas de cigarrillos. Algunas de ellas decoraron mi nunca.

Después nos reuníamos a pontificar sobre las cintas en la esquina de la cuadra que era púlpito, turco y sauna de la “piernipeludocracia”. En la cuadra dábamos el grito de independencia doméstico. Era la patria chica y grande de todos.

Creo que no les quito más tiempo a usted y a su hermanito. Felicitaciones por su cumpleaños y gracias eternas por darnos tanta felicidad.


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