Por tercera vez viene un papa a Colombia, pero esta vez me tocará verlo como a cualquier colombiano, desde lejos y detrás de los escoltas. En las dos anteriores oportunidades fui espectador de primera fila, en mi calidad de periodista profesional en ejercicio del trabajo.
No es fácil el ‘’camello’ para los periodistas en la visita de un pontífice: no se puede dormir, se puede comer muy poco y toca hacerse amigo de unos extraños personajes extranjeros que tienen la misión de evitar que ocurra un atentado contra la cabeza de la Iglesia católica. Claro que existen ventajas para los trabajadores de los medios. Por ejemplo, en la primera visita papal, varios compañeros agarraron del brazo a Pablo VI y, además, se tomaron fotografías con él.
Yo, por mi parte, tuve a Pablo VI a dos pasos de distancia, mientras él me miraba con ojos de terror porque yo perfectamente podía atentar contra su vida. Estábamos los dos en la catedral de Bogotá, en medio de un espectáculo insólito: un tropel de monjas, curas y obispos que deseaban tocar al papa y recibir una bendición o una medallita. Para muchos de ellos era la primera vez que podían acercarse a su jefe máximo. Vi a obispos que lanzaban al suelo a los sacerdotes para abrirse paso. Eran como soldados que podían tocar a un general de cuatro estrellas.
En la segunda oportunidad nos alojamos en un hotel de pueblo, sin agua caliente, para asistir a la visita papal a Chiquinquirá, sede de la patrona de Colombia. Fue un día agotador para Juan Pablo II y para nosotros. Regresamos a Bogotá como si nos hubiera pasado un tren por encima, mientras el cura polaco viajaba a Pereira.
Haciendo un paréntesis en las memorias, se debe destacar la venida papal, anunciada para septiembre: será oportunidad para que se consoliden las gestiones de paz, cesen los enfrentamientos y se afiance un espíritu de convivencia entre todos los colombianos. No debe seguir la política de odio que puede resucitar la época en que no se podía salir a la calle con una corbata toja, ni entrar a una cafetería por el peligro de perder la vida. Veo en las redes sociales, con mucha tristeza, unos personajes llenos de odio que piden asesinar a compatriotas. No saben que le están abriendo la puerta al diablo, como ocurrió en la década del 50. Son unos irresponsables.
Ojalá Francisco logre un imposible: calmar al energúmeno que sueña con volver al poder. GPT