Yo creo que los muchachos de ahora no juegan a ponerle la cola al burro. Era uno de los juegos infaltables en toda reunión infantil de cumpleaños. Un mamarracho parecido a un burro de muchos dientes pero sin cola, que alguien dibujaba en una cartulina, la pegaba con cinta pegante en la pared y una cola dibujada en otro pedazo de papel, eran los elementos del juego. Con los ojos vendados, cada participante debía tratar de ponerle la cola al burro en el sitio preciso donde debe ir la cola.
Ahora sólo hay juegos de internet, en el computador o en el celular. Para eso ha servido el progreso: para alejar a la gente de la alegría en las reuniones familiares y sumirlos en la individualidad de cada aparato electrónico.
Hace poco escribí que hoy ningún niño juega al trompo ni a las bolas de cristal, y ninguna niña juega a las muñecas ni a cocinar en las pequeñas y simpáticas ollitas de aluminio. Un amigo (¡amigo!) me dijo que yo era un anticuado, que me había quedado viviendo en el siglo pasado, alimentándome de nostalgias y recuerdos. ¡Y hasta cierto será!
No lo niego. Me gusta mirar arreboles en tardes cucuteñas. Me gustan los boleros y bambucos, y los vallenatos de Escalona. Me gustan las mujeres de cabello largo, mirada brillante y sonrisa perturbadora. Me gusta ir a misa los domingos y me gustan el guarapo de Las Mercedes y la chicha que me mandaba mi gran amiga, que Dios tenga en su gloria, doña Rita Gómez de Botello. !Anticuado que soy!
Me gustaban las vacas de candela. Eso era antes. En los pueblos. Cuando no había televisión, ni discotecas, ni celulares. En las noches de aguinaldos, en mi pueblo, después de la novena al Niño Dios, había juegos en la plaza, entre ellos la Vaca de candela. Ensartaban en una vara una calavera de res, a cuyos cachos envueltos de trapos con gasolina les prendían fuego. Con cartones y hojas de palma le hacían una casucha, lo menos parecido a una vaca, pero se llamaba vaca, y alguien la cargaba, persiguiendo a quienes la toreaban.
Entre las pocas costumbres que aún subsisten en la vida de pueblos y ciudades, a pesar del progreso, está la de hacer una vaca entre varias personas, poniendo plata entre todos para comprar algo. En mi pueblo de infancia tuvimos luz eléctrica, gracias a la vaca que hicieron cinco comerciantes para comprar una planta, con capacidad para 25 bombillos. Luciano Morales, Miguel Ordóñez, Justo Morales, Santos Ardila y Marcos Peñaranda se juntaron, hicieron la vaca y compraron la primera planta eléctrica para Las Mercedes.
Los que organizan sancochos en el río hacen una vaca para comprar entre todos la gallina, la carne oreada y la cerveza. Mis hijos y yo hicimos una vaca no muy gorda para invitar a almorzar a mi mujer, el día de su cumpleaños.
La biblia habla de tiempos de vacas gordas y vacas flacas. Parece que estamos en época de vacas flacas. El refrán dice que vaca pequeña siempre es ternera. Quiere decir que en estos tiempos no se hacen vacas sino terneras.
Los ganaderos y caballistas de Cúcuta andan apurados porque no tienen plaza de ferias donde hacer sus exposiciones e intercambios comerciales. Ahora están pensando en hacer una vaca para montar una feria callejera. La antigua plaza de ferias, cerrada por orden de un gobernador, está cayéndose a pedazos, muriendo entre la soledad y el abandono. Tal vez otro gobernador disponga abrirla. A ver si se engordan las vacas de nuestra economía regional.
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