El espectáculo que ha dado el gobierno Duque con el manejo de la vacunación, después la fallida reforma tributaria y luego el manejo del “paro nacional”, al principio produjo estupor, después zozobra y ahora no sabemos si reír o llorar.
Ver un presidente semidiós sentado en su trono recibiendo todo tipo de solicitudes, es cuando menos ridículo. En la mayor crisis económica de Colombia, cuando el presidente debería estar buscando soluciones estructurales a la crisis con el país nacional, no solo con el que marcha y menos con en el que vandaliza todo, ese semidiós convertido en siervo de todos recibe toda clase de pliegos de condiciones, ultimátums y amenazas. Ese semidiós siervo produce una sensación entre risa y llanto, más aún cuando no se le ve ninguna propuesta de reforma de la estructura del estado que reencauce el desarrollo y la democracia. Porque es él quien debería presentar al país una gran reforma del estado con un norte claro, que esperaríamos fuera el desarrollo, y no esperar a hacer un resumen de las “peticiones populares” y empezar a otorgar “regalos” desde un presupuesto nacional mermado por un gasto estatal desbocado e inútil. Y ojalá mediante un referendo o un plebiscito sin pasar por Congreso y Cortes, porque ahí se muere.
Para calmar la turba, y sin una visión de país, un día lanza una propuesta de paz al Eln, al siguiente da universidad gratis a los estratos 1, 2 y 3, y busca cuál nuevo bocado podría parar la turba. No leyó el problema económico que causó la pandemia, no manejó el proceso de vacunación como una unión fuerte entre los sectores público y privado que lo hubiera podido volver un propósito nacional, no leyó el malestar a la presentación de la reforma tributaria, por muchos advertido, no lee el reto de seguridad que tiene hoy el país y lo maneja dándoles bocados a perros bravos: ¡No sabe leer!
Y la contraparte, desde los indignados hasta los indignantes hampones de la extrema izquierda, han logrado introducir peticiones absurdas, desproporcionadas y hasta contradictorias. Los indígenas piden que les devuelvan su tierra ancestral, Colombia; los “desmovilizados” piden todo lo que les prometieron, que era incumplible desde que se firmó ese acuerdo; varios, la desaparición de la fuerza pública; todos el “todo gratis” a los “pobres, y porque no, ya entrados en gastos, pedir lo mismo para todo venezolano, legal o no, bandido o no. Y no se acepta un no; los pliegos no son negociables.
Y el semidiós suma y manda que se los cobren a los ricos. Y los ricos en Colombia ya son pocos: los cacaos y algunos más, en el sector formal. En el informal es donde están los verdaderos ricos que no pagan un peso y ahí están los narcos puros, narcoguerrilleros, narcoparacos, narcos mixtos, narcos externos, narcos binacionales y demás, y un buen número funcionarios o exfuncionarios públicos quienes lograron grandes fortunas de su paso por el estado. Los informales no pagan y los formales trasladan al usuario ese costo. Cuando se dividen los montos solicitados, se ve que es imposible pagar todo entre esos pocos, y por eso cada vez hay menos ricos; el riesgo de serlo es muy alto en Colombia. Entonces deben definir como rico todo el que no se pueda definir como pobre, y por eso es por lo que la clase media es la crucificada. El pequeño empresario o el empleado medio debe ser cuasi expropiado para pagar las ofertas del semidiós y los gastos de su gigantesca corte. Una buena parte de esa clase media baja a la pobreza, o busca irse del país; los pobres aumentan y la clase media y ricos se reducen, y así ya no hay “cierre financiero”, y el gobierno incumple y arrancan los paros por incumplimientos.
Ya comprobamos que la honestidad no es la única condición para ser buen gobernante: se requiere saber leer.