Este es un año de contiendas electorales en el continente, y de sorpresas, por lo visto. Pedro Kyczynski le ganó a Keiko Fujimori en las elecciones presidenciales en Perú, Bernie Sanders fue expulsado de la competencia bipartidista por la comandancia en jefe de Estados Unidos, y Dilma Rousseff está a punto de perder la presidencia de Brasil por un juicio político al que se enfrenta. Si bien en este último caso la ciudadanía no es la encargada de decidir directamente el destino de la jefa de Estado, sí lo será una elección al interior del Senado en agosto. De igual manera, aunque no de forma inmediata, preocupa la situación de Venezuela en cabeza de Nicolás Maduro, debido a que su popularidad desciende a gran velocidad y la oposición toma fuerza (no sólo en las calles de Venezuela, sino en las de Washington).
Afortunada o infortunadamente, también podríamos llevarnos una sorpresa en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre en Estados Unidos, si tenemos en cuenta que el candidato más apropiado para las necesidades de la potencia americana fue desplazado, perdiendo la candidatura del Partido Demócrata. Bernie Sanders proclamaba los valores de la igualdad, la ecología y la educación con una propuesta que se alejaba del enfoque tradicional sistémico y conducía su coche electoral contra el modelo neoliberal propio de Estados Unidos. Sin embargo, Hillary Clinton ocupó el lugar que él deseaba con ansias.
Lo curioso en esta elección es que se pensaba que la batalla se daría entre dos candidatos no tradicionales (Sanders y Trump), y ahora vemos que no: Hillary, desde una perspectiva estatal, y Trump, desde una candidatura excéntrica y cargada de irracionalidad, protagonizarán una pugna política que no se sale de los esquemas tradicionales. Ambos velan por la continuidad del modelo económico, la estabilidad de las estructuras de poder, y ninguno de los dos propone ideas para combatir la desigualdad que viven los estadounidenses.
Contrario a lo que piensan Hillary y su equipo de campaña, la falta de entusiasmo por su candidatura se extiende por la mayoría de segmentos poblacionales de Estados Unidos; no sólo se ve en las mujeres, como sugieren algunos medios. La candidata demócrata no es feminista, no vela por los derechos de las mujeres, ni por los derechos humanos (recordemos su apoyo a las intervenciones militares y al aumento de presupuesto para dichas misiones militares). Por el contrario, los habitantes la ven como alguien lejano a ellos, hace parte del establishment y eso le resta popularidad.
Además, hay que tomar en cuenta que su contrincante, Donald, tiene un punto a su favor: Su ‘singularidad’ y ‘originalidad’ lo acercan con la gente. Los votantes estadounidenses están cansados de lo mismo y parece que han decidido ir en contravía del dicho “mejor malo por conocido que bueno por conocer”, a pesar de que lo desconocido podría no ser lo que esperaban, sino algo mucho peor, alguien que con sus políticas del miedo y su retórica incendiaria podría llevar a la súper potencia a lugares a los que no quisiera ir.
En el próximo período presidencial habrá tres temas que el candidato ganador deberá abarcar con seguridad: La política y regulación de porte y tenencia de armas de fuego, la política migratoria y el temor ante el terrorismo.
Una reforma en el tema del acceso y utilización de las armas es urgente, sea que a los ciudadanos les incomode o no, porque es inadmisible que por negligencia o flexibilidad política se vuelva a presentar una masacre como la de Orlando, o un tiroteo en un colegio, episodios de terrorismo individual que oscurecen los ‘beneficios’ de la Segunda Enmienda.
Es apenas obvio que quien quiera que sea el ganador deberá tomar decisiones fuertes en lo que respecta a la política migratoria, debido a que no puede haber laxitud total para los infractores, pero tampoco se puede arriesgar las relaciones con los países latinoamericanos. Este será uno de los puntos álgidos del próximo período de gobierno.
Estados Unidos, contrario a las posturas que se están expandiendo en los debates políticos con la ciudadanía, debería apagar el incendio de la Islamofobia. La política del miedo tiene que terminar. La potencia podría aprender de Londres, ciudad que ha venido luchando contra la problemática que sacude a Europa, y ha elegido a Sadiq Khan como su nuevo alcalde.
Quien quiera que sea el ganador de esta contienda debe preocuparse por abarcar los temas de las agendas, tanto de la tradicional como de la novedosa, los cuales tienen incidencia directa en América Latina, un escenario vital para la construcción y reconstrucción de Estados Unidos.
‘The America we deserve’ es una socialmente homogénea, unida y con un tejido social reconstruido, que sea capaz de establecer alianzas sociales con sus mejores clientes comerciales y que sea capaz de afrontar los fantasmas del racismo, el sexismo y la desigualdad, factores que impiden a Estados Unidos mantener unas relaciones idóneas con América Latina.
Ahora, más que nunca, Estados Unidos necesita mantener relaciones fluidas y no accidentadas con América Latina, ya que desde hace algún tiempo que dejó de ser la estrella polar y dejó de influir cabalmente en la elaboración de las políticas domésticas y externas de las Naciones. Si bien EEUU todavía incide en algunos países de Latinoamérica, ya no lo hace con la misma intensidad y la dependencia se convirtió en interdependencia, por lo que los beneficios no sólo se distribuyen hacia el sur del continente.