A propósito de la situación venezolana, recordé una de las frases más reconocidas del expresidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy: “Los que hacen imposible una evolución pacífica, hacen inevitable una revolución violenta”. Y usa las palabras evolución y revolución de manera adecuada. La primera, evolución, hace referencia a un cambio gradual y controlado; la segunda a un cambio súbito e incontrolable.
El régimen venezolano es hoy un estado mafioso, que permeó absolutamente toda la vida del país vecino. Un antecedente es la Alemania hitleriana. Con aquella, las tropas aliadas tomaron dos decisiones importantes: la primera es qué de ese régimen, al costo que fuera, por su peligrosidad, sólo se aceptaba la rendición total e incondicional, y no habría ninguna posibilidad de negociación antes de ello, en nombre de evitar pérdidas humanas o traer más rápido la paz, porque entendían que los hombres libres no solo quieren vivir, sino vivir según sus principios; la segunda, que todos los estamentos del régimen, poder ejecutivo-legislativo, jueces, militares, fuerzas de policía e inteligencia, médicos, medios de comunicación, que fueron cómplices activos y entusiastas del régimen, serían llevados ante la justicia internacional para que pagaran por sus crímenes. Efectivamente las dos se cumplieron estrictamente, y la mayoría de los responsables pagaron cárcel, algunos incluso fueron condenados a morir en la horca. Pero uno de los problemas prácticos que se encontraron los aliados al ocupar Alemania, fue que el estado nazi había permeado todas las actividades ciudadanas, incluyendo la educación, el deporte, los entres culturales y científicos, entre otros, como una metástasis cancerígena, llevando en consecuencia a que tuvieran que definir el tamaño de impunidad que habría que dar, esto es, hasta que nivel se perseguiría a los responsables. Para resolver el conflicto de manera práctica se ideó la famosa línea roja. Se trazó una línea roja en el organigrama del estado nazi: por encima de ellos, los funcionarios debían ser buscados y llevados a la justicia, y por debajo, no se perseguirían, pero se dejaba la posibilidad de demandar casos particulares. Se definieron entes criminales como la Gestapo y las SS, y por tanto cualquiera perteneciente a estas entidades era también criminal. Para lograr reiniciar su vida los alemanes que quedaron por debajo de la línea roja, debían presentarse para obtener su ciudadanía, una vez se comprometieran a un proceso de desnazificación.
Hoy la historia se repite con Venezuela. La mayor parte de países democráticos de la cuenca atlántica enfrentan al régimen chavista, que hoy es un estado capturado por el crimen organizado y es guarida de todo tipo de criminales y terroristas. Eso plantea que a la caída del régimen Maduro-Diosdado-Padrino, se deba decidir cómo hacer para “deschavizar” Venezuela; que hacer con entes criminales como el Tribunal Supremo de Justicia de bolsillo, con la Guardia Nacional, apoyo y socia de las milicias chavistas, responsables de la mayoría de los crímenes a los opositores al régimen, con el servicio de inteligencia, el Sebin, hoy bastante parecido a la Gestapo alemana, con la Asamblea Constituyente, “justificación legislativa” del régimen, con el sistema electoral, absolutamente corrompido, con las fuerzas militares manejadas por el cartel de los soles, y obviamente con el poder ejecutivo, que es la cara más visible del estado mafioso. Pero, además, como se van a neutralizar a las milicias y combos, hoy bandas criminales, las guerrillas colombianas, particularmente el eln, que actúa como einsatzgruppen (bandas de asesinos que eliminaban judíos y políticos, actuando detrás de las tropas nazis) en el oriente de Venezuela, con las avanzadas de terroristas como Hezbollah, los carteles de drogas mexicanos, los servicios de inteligencia cubanos y las bandas criminales puras. Venezuela no es solo un estado fallido, es un estado mafioso que amenaza la seguridad hemisférica, y jugar a resolverla por medio de diálogos y “amnistías” es profundizar el problema. Cada minuto que pasa juega en favor del régimen madurista y sus “bandas” aliadas, quienes se reforzaran al verse protegidas por países que “no aceptan” una solución militar. A diferencia de los líderes de la segunda guerra mundial, los de hoy no tienen tan claros los riesgos de un régimen como el venezolano.
Entre esos pacifistas, Petro encabeza en Colombia la defensa del chavismo, escondiéndose en “impedir” una invasión “porque siempre he sido un hombre de paz”, aun cuando portaba fusil, y se le suman los de siempre, Nicaragua, Bolivia, y ahora, el gobierno populista de López Obrador en México. No nombró a Cuba como país “apoyando “a Venezuela, porque ella es el meollo del problema. A Hitler no lo detenían los acuerdos, como lo comprobó Rusia, quien en ese momento estaba del lado correcto de la historia; hoy no lo está. Hombres claros en su momento pudieron acabar con el nazismo, desoyendo las voces, incluyendo las del Papa Pio XII, que pedían pacificación. Cuando un estado se degrada a los niveles de la Alemania nazi o la Venezuela chavista, acabar con ellos obliga a poner sobre la mesa todas las opciones; todas.