Decíamos hace ocho días que Simeón, el periodista de Las Mercedes, me invitó, a los estudios de su emisora, para hacerme una entrevista. Yo era un estudiante de Derecho en Bogotá y él era un empresario de Medios, llegado de no sé dónde, que había montado su equipo de radiodifusión en la cocina de su casa. “Este hombre es valioso”, me dije, recordando a Henry Ford, que en la cocina de su casa trabajaba en mejorar el invento de los carros, y fue allí donde, al lado de sartenes y peroles, nació lo que después sería el imperio automovilístico Ford.
Simeón Rodríguez Lázaro también intentaba crear su imperio, en la cocina de su humilde vivienda, con un entusiasmo que sorprendía. Sorprendía además que, sin estudios de ingeniería, uniendo baterías, tubos eléctricos, cables, radios viejos, un alambre como antena, tocadiscos y un micrófono, hubiera montado una emisora en un pueblo donde no había carretera, ni luz eléctrica, ni teléfono, ni nada. La Voz de Las Mercedes tenía una audiencia cautiva, por la sencilla razón de que cuando Simeón prendía sus equipos, en los radios del pueblo sólo salía su emisora, que ocupaba todo el dial.
Con un chillido estruendoso y el saludo de siempre (que comenté la semana pasada), arrancó la transmisión: “Servicio social: Se le avisa a la familia Pacheco en la vereda de Paramillo, que su papá Nemesio Pacheco falleció cristianamente anoche, de cinco puñaladas. Pueden venirse con toda seguridad pues el hombre está bien muertecito”. Y luego un comercial: “Carpintería Central de Urbano Correa le ofrece ataúles y ataulitos. Precios módicos en buena madera”.
Y en seguida me presentó: “Hoy está con nosotros el doptor Gustavo Ardila” (Yo no soy doctor, apenas estoy en segundo año, le dije en voz baja. No importa –me contestó- aquí le decimos doptor a todo el que llega. Y soy Gómez Ardila, le aclaré).
-¿Y qué lo trae por aquí?
-Es que yo soy de aquí. Vine a mis vacaciones, como siempre.
-Ah, es que como los que se van a estudiar, no vuelven…¿Y cómo le parece la emisora?
-Excelente. Lo felicito.
-Lo que quiero es que le diga al Mocho Barreto, allá en Cúcuta, que me regale unos discos de esos que él ya no pone en su programa, Los charros y sus canciones.
En ese momento entra a la cocina una clueca con sus pollitos, y Simeón empieza a correrla, teniendo el micrófono abierto. SSSHHHH, SSSSHHHH, fuera, fuera. Y quiero que en Bogotá me ayude en el ministerio de SSSHHHH, SSSSHHHH (a la gallina), porque unos envidiosos de aquí quieren hacerme cerrar la emisora que porque les dañé los radios, SSSHHH, SSSSHHHH, siempre se cagó aquí esta culeca hp., pero se van a quedar con las ganas, porque yo vuelvo y la abro, mija, traiga la escoba...
Simeón es tranquilo. Le brilla el diente de oro y anuncia: “A don Arsenio Pineda se le perdió una mula color huevo. El que la haya visto, que avise, y el que se la robó, que la devuelva”. “El padre Peñaranda va esta semana a la vereda El Jordán. Que le traigan la bestia pal viaje y que alisten los muchachitos pa bautizarlos”. Pone una canción, que le dedica Marcos Rolón a su novia Ernestina Durán: “Métale candela al rancho”. A Simeón se le olvida que me está entrevistando y empieza a comerse una taza de sancocho, que le trae Otilia, su mujer. Sin apagar el micrófono, le ordena:
-Mija, tráigale una taza de caldo aquí al Chato Gustavo, pa´que no se le seque la yel.
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