Nos quedamos sin jefes. Famosa poesía del estadounidense Walt Whitman expresa su tristeza por la muerte de uno de los más carismáticos presidentes de Estados Unidos, Abraham Lincoln, en cuyo honor escribió una obra que se considera inolvidable, la despedida del capitán.
Parecido sentimiento he sentido en los últimos días, desde que conocí en los medios de comunicación la noticia de que un viejo amigo, el senador y ministro liberal Alberto Santofimio Botero, seguirá en una cárcel en la que fue internado hace varios años por su presunta vinculación con el asesinato de su rival, el también senador y ministro Luis Carlos Galán, con quien sostuvo antagonismo que, a juicio de los magistrados y jueces, fue el motor de un odio que culminó con el asesinato de quien era considerado como futuro presidente de la República.
Seguramente existen claras pruebas de la vinculación de Santofimio con el crimen, por lo que no es mi intención discutir el fallo que lo condenó a larga pena de prisión. No. Mi intención es lamentar la ausencia en el Congreso y de las plazas públicas de quien dio pruebas de inteligencia en favor de las ideas liberales. Desafortunadamente, no ha habido quien lo reemplace en el papel que desempeñó como buen orador. Tampoco ha habido reemplazo para Alfonso López, Julio César Turbay, Luis Carlos Galán, Jorge Eliecer Gaitán y otros grandes jefes.
El liberalismo tiene grave problema: no hay líderes carismáticos que puedan enfrentar la ofensiva que encabeza el inteligente y rencoroso parlamentario y expresidente, Álvaro Uribe Vélez, quien inició su carrera política bajo las banderas del expresidente Ernesto Samper, de donde se retiró para fundar su propio movimiento, una organización de derecha que anda en busca de candidato presidencial, dignidad que es posible recaiga en el viejo exprocurador Alejandro Ordóñez, antiguo militante laureanista que busca pista de aterrizaje. Vivir para ver: una unión absurda hace unos años.
Por el lado conservador tampoco hay jefes. Tres herederos, los hijos de Ospina, de Laureano y de Valencia, se unieron para demandar al presidente Juan Manuel Santos, heredero de otra familia política, por presunta traición a la patria. En eso acabó el que fuera partido de varios presidentes. La situación es tan absurda que hasta en la izquierda hay problemas. No se vislumbra un jefe que los una, la guerra es total. Va a tocar esperar nueva generación para que se arregle la política. Vivimos horrible mediocridad.