De tiempo en tiempo, se producen sucesos políticos que nos sobresaltan y generalmente están lejos de ser por motivos positivos. A ello, se debe sumar el inmenso retroceso en los más diversos ámbitos que nos está ocasionando la COVID-19. Existe un generalizado consenso en nuestros órganos gubernamentales, así como en los organismos internacionales en el sentido que los efectos de la pandemia afectaran a toda Latinoamérica al menos durante una década, con lo cual viviremos un recrudecimiento de la pobreza y si no se adoptan medidas paliativas, se acentuara también la ya profunda brecha existente entre una ínfima minoría que posee más del 85 % de la riqueza de nuestras economías, mientras una inmensa mayoría se debate entre la pobreza y la subsistencia.
¿Explica ello o fundamenta, lo que ha venido ocurriendo en Cuba, Haití, Nicaragua, Colombia, Chile, Venezuela, Perú, Brasil, Argentina y otros países de nuestro continente en los últimos días, meses y años? La respuesta es no, pero también es sí. Y ello, porque existe cansancio, frustración, hastío y así no desear seguir recibiendo la misma explicación una y mil veces, siempre poniendo la responsabilidad en otros y jamás asumiendo ninguna, porque transcurrido el tiempo y avanzada la pandemia, existe una pérdida creciente de puestos de trabajo, porque la informalidad que debiera ser una anormal excepción cada día que pasa se trata de mostrarla como algo normal. Entonces, la saturación ha llegado a un nivel alto y muy probablemente ella se morigerará por diversos motivos, pero permanecerá tras la puerta lista para salir a la palestra inmediatamente que se vuelva a caer en las mismas deficiencias.
Además, si nos adentramos en la particularidad de cada país, nos encontraremos con singularidades que diferencian una realidad de la otra. Así, el magnicidio ocurrido en Haití pareciera que está atravesado por una ingobernabilidad instalada y por la instauración de un narcoestado, cuestión que estaría ocurriendo con varios de nuestros países, particularmente los geográficamente más cercanos a Estados Unidos. Incluso, se especula sobre ello en Cuba, a lo cual vienen a unirse las limitaciones a la libertad de expresión y de emprendimiento, que unidas a la pandemia, a la disminución ostensible del turismo -principal fuente generadora de divisas- y al bloqueo comercial, han llevado a una profundización del desabastecimiento generalizado de productos, incluidos ahora los alimentos básicos, lo que explicaría que la población haya hecho sentir su voz.
Debemos dejar en claro, que ninguno de nuestros países califica como desarrollado, dado que mayoritariamente son de renta media y excepcionalmente media-alta, pero poco a poco, entre corrupción, narcotráfico e ineptitud caminábamos por la senda del mejoramiento de los índices de desarrollo humano. Ahora, el andamiaje se ha venido abajo y sin excepción todos hemos retrocedido varios peldaños y consiguientemente debemos reiniciar el camino para recuperar en algunos años lo desandado.
Si a ello, le agregamos nuestro manifiesto retraso y escasa inversión en políticas públicas básicas como educación, salud, saneamiento, agua, investigación y ciencia entre otras, tenemos un panorama para nada alentador, que nos ubica como la zona geográfica en la que la pandemia ha golpeado sin piedad y en la que las secuelas socioeconómicas han producido un daño social aun difícil de medir, lo cual explica en parte la ola de protestas que nos invade por todos lados. Por ello, no hay que callar.
sucesos políticos que nos sobresaltan y generalmente están lejos de ser por motivos positivos. A ello, se debe sumar el inmenso retroceso en los más diversos ámbitos que nos está ocasionando la COVID-19. Existe un generalizado consenso en nuestros órganos gubernamentales, así como en los organismos internacionales en el sentido que los efectos de la pandemia afectaran a toda Latinoamérica al menos durante una década, con lo cual viviremos un recrudecimiento de la pobreza y si no se adoptan medidas paliativas, se acentuara también la ya profunda brecha existente entre una ínfima minoría que posee más del 85 % de la riqueza de nuestras economías, mientras una inmensa mayoría se debate entre la pobreza y la subsistencia.
¿Explica ello o fundamenta, lo que ha venido ocurriendo en Cuba, Haití, Nicaragua, Colombia, Chile, Venezuela, Perú, Brasil, Argentina y otros países de nuestro continente en los últimos días, meses y años? La respuesta es no, pero también es sí. Y ello, porque existe cansancio, frustración, hastío y así no desear seguir recibiendo la misma explicación una y mil veces, siempre poniendo la responsabilidad en otros y jamás asumiendo ninguna, porque transcurrido el tiempo y avanzada la pandemia, existe una pérdida creciente de puestos de trabajo, porque la informalidad que debiera ser una anormal excepción cada día que pasa se trata de mostrarla como algo normal. Entonces, la saturación ha llegado a un nivel alto y muy probablemente ella se morigerará por diversos motivos, pero permanecerá tras la puerta lista para salir a la palestra inmediatamente que se vuelva a caer en las mismas deficiencias.
Además, si nos adentramos en la particularidad de cada país, nos encontraremos con singularidades que diferencian una realidad de la otra. Así, el magnicidio ocurrido en Haití pareciera que está atravesado por una ingobernabilidad instalada y por la instauración de un narcoestado, cuestión que estaría ocurriendo con varios de nuestros países, particularmente los geográficamente más cercanos a Estados Unidos. Incluso, se especula sobre ello en Cuba, a lo cual vienen a unirse las limitaciones a la libertad de expresión y de emprendimiento, que unidas a la pandemia, a la disminución ostensible del turismo -principal fuente generadora de divisas- y al bloqueo comercial, han llevado a una profundización del desabastecimiento generalizado de productos, incluidos ahora los alimentos básicos, lo que explicaría que la población haya hecho sentir su voz.
Debemos dejar en claro, que ninguno de nuestros países califica como desarrollado, dado que mayoritariamente son de renta media y excepcionalmente media-alta, pero poco a poco, entre corrupción, narcotráfico e ineptitud caminábamos por la senda del mejoramiento de los índices de desarrollo humano. Ahora, el andamiaje se ha venido abajo y sin excepción todos hemos retrocedido varios peldaños y consiguientemente debemos reiniciar el camino para recuperar en algunos años lo desandado.
Si a ello, le agregamos nuestro manifiesto retraso y escasa inversión en políticas públicas básicas como educación, salud, saneamiento, agua, investigación y ciencia entre otras, tenemos un panorama para nada alentador, que nos ubica como la zona geográfica en la que la pandemia ha golpeado sin piedad y en la que las secuelas socioeconómicas han producido un daño social aun difícil de medir, lo cual explica en parte la ola de protestas que nos invade por todos lados. Por ello, no hay que callar.
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