“Yo soy del sur, vengo del sur”, dijo Pepe Mujica una vez en la Asamblea General de Naciones Unidas. “El sur, el sur, también existe”, cantaba por su parte Facundo Cabral. Pude echar una ojeada a ese sur y hay varias impresiones que me dejó, catalogándolas en parecidos y diferencias. ¿En qué nos parecemos y en que nos diferenciamos?
El gran parecido es que todos adolecemos de la mentalidad propia del subdesarrollo. Tenemos el mismo imaginario de países “ricos en recursos” a los que el mundo nos explota. Es como una condición en la cual no podemos hacer nada, pues somos como juguetes en la mano de los dioses. Es absolutamente claro en Argentina, el único país del mundo que fue rico y se volvió pobre en manos del populismo que parásita sobre ese mito de riqueza. Un local me dijo, “aquí tenemos todo, no necesitamos al resto del mundo”. Y eso termina en un nacionalismo exacerbado que niega nuestras limitantes, una negación que nos mantiene en el subdesarrollo. E igualmente se aprecia en una burocracia inoperante, que se resume en oficinas y sellos interminables. Es la burocracia auto justificada y el estado destructor de riqueza.
La primera diferencia es que en el sur se siente la fuerza de Brasil, hasta la Patagonia. El poder de Brasil se nota en que en el sur todo se escribe en español, inglés y portugués, idioma que, en la región andina, principalmente Colombia, Venezuela y Ecuador, ni existe. Y resalta la ignorancia geopolítica de Hugo Chávez, al vincularse al Mercosur y retirarse del área andina; eso es negar raíces. Ese es un comportamiento común a los caudillos populistas: decisiones entupidas surgidas de la mente febril de un autócrata. En la isla grande de la provincia de Tierra del Fuego, la región habitada más al sur del planeta, y a solo mil kilómetros de la Antártida, el tristemente célebre Juan Domingo Perón, a quien hoy suceden los Kichner, insertó una especie animal invasora del norte subártico, los castores, para hacer una gran industria peletera, ignorando el equilibrio natural y la adaptación al medio. Como Canadá, de dónde venían, no es él área austral, los castores no desarrollaron la piel adecuada para comerciali
zar y como no tienen una especie animal que controle su expansión, pues no hay depredadores naturales, los castores alteraron el equilibrio del bosque nativo y hoy son una plaga que se debe controlar por medios no naturales, lo cual es casi un imposible. Esa Peronada, que no es el mayor crimen de ese populista, es propio de autócratas. Casos parecidos se dieron con Castro en Cuba.
Y se observa también un autismo brasileño, pues estos como los “grandes del norte”, muestran un desinterés que raya en la soberbia por los otros países latinos. No se preocupan de hablar español y se convierten en turistas puros en una zona que les debía interesar. Son gigantes entre liliputienses, pues Argentina, gracias al populismo se convirtió en otro pobre del sur incapaz de competir con el poder brasileño. Personajes populistas, con su lema de defensa del pueblo, destrozan cualquier país por rico que sea, como lo muestran Argentina y Venezuela. Y Colombia ahí, cocinándose a fuego lento, con apoyo de la ONU y algunos minúsculos estados europeos.
La segunda es el “perfil” europeo del sur, y la poca influencia gringa, lo cual no impide una resistencia a lo norteamericano. Eso confirma lo planteado por Robert Kaplan, que considera el Amazonas la real frontera norte-sur en el continente. E impresiona el poco conocimiento que en sur tienen del Caribe; me atrevería a decir que sabemos más de ellos, de lo que ellos saben de nosotros. Eso que tanto oímos en Colombia, de contar con el centro comercial más grande de Suramérica o el aeropuerto o la piscina, es común a todos los países latinoamericanos. Tenemos delirio de grandeza, producto de nuestro sentimiento de inferioridad. Somos desinteresados por nuestros vecinos, sobre los cuales solo manejamos estereotipos.
La tercera diferencia es la orientación al “mar”, incluyendo el gigantesco río de la Plata, algo que no se ve en Colombia. Las armadas son parte esencial de la vida diaria del sur, lo cual es extraño en Colombia, donde nos sobró el Pacífico y los sistemas hídricos de la Orinoquia y la Amazonia.
Como con cualquier lugar que se conozca, la experiencia del sur es enriquecedora en la planeación de nuestro futuro. Y sí, el sur también existe. Lo increíble es que nos una lo que nos daña y nos separe lo que nos puede hacer mejores. Tenemos la tara mental del subdesarrollo.