Hoy termina el mes de noviembre del 2024. Oficialmente restan 31 días para terminar este año y comienza a correr el tiempo a una velocidad mayor que pareciera no detenerse. Todos corremos, a veces sin rumbo determinado; sólo creemos que el tiempo se agotó y que ya no alcanzamos a terminar la tarea que cada uno lleva a sus espaldas.
De manera frenética avanzamos sin darnos cuenta de que tan sólo es un calendario oficial que al terminar vuelve a iniciar. Los sentimientos son muchos; a algunos, les sobra tiempo, a otros, les falta mucho, pero el estrés se apodera de cada uno de nosotros y nos hace actuar como el fin de una era.
En medio de ello, algunos hacemos evaluaciones, revisamos que fue bueno y que no tanto. Especialmente, se llena nuestro espíritu y nuestra razón de pensamientos sobre el mañana; no sobra decir que aparece algo muy interesante denominado incertidumbre.
Se llama incertidumbre a la falta de certidumbre, o sea, de certeza, de conocimiento seguro en algún tema determinado. Dicho de otro modo, la incertidumbre es la imposibilidad para predecir un evento futuro o hacerse una idea de lo que va a ocurrir, o también la imposibilidad para determinar si algo ocurrió verdaderamente de la manera en que se lo piensa.
La palabra incertidumbre proviene del latín “incertitudine”, compuesto por las “voces in” (un prefijo de negación), “certus” (cierto) y “tud” (un sufijo usual de cualidad). Por lo tanto, la incertidumbre se puede perfectamente comprender como la cualidad de aquello que es incierto, o sea, que no podemos determinar a ciencia cierta.
¿Pero qué cosas hoy nos llevan a pensar en la incertidumbre? No tenemos claro hacia dónde va el país. Comienza el año electoral y los ataques son más fuertes; tenemos miedos, creemos que esto empeorará a tal punto que no habrá retorno, no sabemos que pasará con la paz, si se firma o no o si la violencia al contrario seguirá recorriendo nuestro territorio. Estamos atentos a una tercera eventual guerra mundial, de las muestras de armas biológicas y nucleares fantasmas que reviven las peores escenas de la denominada Guerra Fría.
Tenemos desesperanza de qué pasará en lo laboral, en lo social, en la seguridad. No se ve cambio a mediano plazo, las cosas se complican, ¡tenemos miedo! Además, en lo regional, los niveles de competitividad descienden; seremos más pobres y desiguales, la ciudad de Cúcuta no sabe cuándo arrancan los planes de mejoramiento e inversión o la ejecución de los planes de desarrollo para recuperar nuestra visión de futuro.
No sabemos cómo nos afectarán estos fenómenos sociales y políticos en la intimidad de nuestros hogares. ¿Para dónde vamos?, ¿qué sucederá? El ser humano no lidia bien con la incertidumbre y esta última suele ser motivo de cierto grado de angustia, aprehensión y tensión, cuando no, de reacciones defensivas más graves, por la misma manera en que lo desconocido nos atormenta y más aún, cuando la esperanza no tiene sentido.
De hecho, la incertidumbre suele combatirse mediante proyecciones y premoniciones de todo tipo, y suele estar entre las responsables usuales de los momentos de crisis de las sociedades: aquellos en los que la gente tiene muchas dudas respecto al futuro inmediato. La incertidumbre se asocia con sensaciones de fragilidad, peligro o extravío, preocupación o desolación. La verdad no hay respuestas certeras a la misma si no se hacen cambios significativos de inmediato.
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