Los recientes acontecimientos del panorama internacional, sobre todo en lo relacionado a Las Américas, generan una serie de preguntas a las cuales no me creo capaz de dar respuesta, aunque por lo menos me gustaría plantear.
A partir de la mediatización de la situación en la frontera colombo-venezolana, en el punto específico de Cúcuta y Táchira; los actores políticos, nacionales e internacionales, han conjugado nuevos verbos y estrategias para aplicar en la zona.
Luego de conocerse la expulsión colectiva de la que están siendo objeto los colombianos –indocumentados– en la frontera por parte del régimen autoritario de Nicolás Maduro, el silencio y abandono, característicos de la política gubernamental aplicada en dicha zona geográfica, perdieron vigencia. Estos hechos, ocasionaron que el mandatario nacional se pronunciara y perdiera el miedo a que Venezuela ya no quisiera ser garante del proceso de paz con las Farc.
A pesar de que durante todo su gobierno se hayan venido presentando abusos e injusticias contra los colombianos en manos de la guardia venezolana, y a pesar de tener conocimiento de aquello y mucho más, sólo la deportación y desplazamiento de alrededor de diez mil personas lo hizo cambiar de parecer para querer enfrentarse a su homólogo vecino.
Juan Manuel Santos, representado por su cuerpo diplomático, acudió a la OEA, con el fin de que se tomaran decisiones y se anunciaran las medidas pertinentes para esta situación. Sin embargo, fracasó, ya que no logró que un país más –aparte de los diecisiete que ya habían votado a favor– le ofreciera su apoyo; lo que ocasionó que no se llevara a cabo una reunión de cancilleres para conversar sobre el tema en cuestión. Contábamos con el voto de Panamá, quien, según lo veo yo, se abstuvo en respuesta a que el gobierno colombiano lo declaró como un paraíso fiscal.
No obstante, lo interesante aquí no son las razones por las que unos y otros guardaron silencio, sino los interrogantes que deja el papel de la OEA cuando hay crisis. Siempre se ha dicho que este organismo es el foro natural del y para el diálogo de los pueblos del continente americano, pero en la realidad, vemos que no.
También vemos que los cinco aspectos por los que vela (pobreza, soberanía, libertades, derechos humanos y derechos democráticos) no son los que rigen su accionar en la realidad. La OEA no parece un organismo multilateral sino una reunión de países en la que cada uno marca un destino diferente de acuerdo a sus intereses regionales y pretensiones ideológicas.
Es cierto que dentro de cualquier asociación de Naciones, “cada país soberanamente puede tomar su decisión, y eso fue lo que pasó en la reunión del Consejo Permanente”, como dijo Luis Almagro, secretario general de la OEA; sin embargo, si se van a tratar los problemas de acuerdo a la inclinación de cada país, y no a una visión unificada como organización, ¿cuál sería el objetivo de esta integración?
El que la OEA le diera la espalda a Colombia podría conducir a una disminución de la credibilidad y confianza en las instituciones interamericanas. Esto, en tanto a que este caso sólo confirma lo que en varias ocasiones se ha reflexionado: muchas organizaciones pierden credibilidad porque no tienen campo de acción en los Estados en los que mandan. Lo anterior lo ejemplifica el momento en el que María Corina Machado trató de hablar en la organización sobre la situación que se vivía en Venezuela pero no se le permitió. Sin embargo, varias veces se le había hecho la petición a dicho organismo de que interviniera en el país bolivariano para vigilar la situación humanitaria y económica allí, aunque nunca lo hizo.
Entonces, tras los hechos del pasado 31 de agosto, ¿tenemos que dejarle la evaluación de la crisis a una entidad que no cuenta con contrapesos importantes como Estados Unidos y Canadá, es decir, Unasur? La cual, por cierto, se crea como respuesta a la falta de legitimidad que ha tenido la OEA desde un comienzo, y que hoy en día está casi liderada por Venezuela y sus capacidades petroleras. Además, notamos que la OEA se vio de manos atadas en un tema que es propio de sus intereses, y, contrario a lo que cualquier organismo multilateral podría plantear, Colombia y Venezuela deben ser capaces de resolver el asunto por sí solos.
En conclusión, vale la pena preguntarse: ¿para qué tener un organismo multilateral en el que algunos de sus miembros tienen compromisos políticos y económicos con uno de los agentes más peligrosos y activos de la región?