Los menores de 25 años representan el 40% de la población de Cúcuta. Con frecuencia oímos decir, ‘en la juventud está el futuro’, expresión que tiene tanto de verdad como de mentira, porque todo depende de la orientación que se le otorgue en el plano educativo, las oportunidades laborales que se le ofrezcan una vez culminados los estudios, y el compromiso social que se construya.
Teóricamente, en un Estado Social de Derecho la educación se consagra como un derecho fundamental para asegurarles a las personas el acceso al conocimiento, la ciencia, la tecnología, y demás bienes y valores de la cultura. La educación, que demanda del Estado acciones para su prestación eficaz, debería garantizar el pleno desarrollo de la personalidad y el fortalecimiento de los derechos y las libertades para vivir mejor en sociedad.
El Estado en Cúcuta lo representa el Municipio. Recorriendo barrios de todos los estratos, revisando escuelas y colegios y, sobre todo, la oferta de carreras en universidades, cualquiera se pregunta si estamos en la dirección correcta, o si más bien desperdiciamos ese inmenso potencial de jóvenes, con sus brazos e inteligencias. ¿Cuántos de ellos acceden al bachillerato, y cuántos a la universidad?
Una buena división del trabajo es la base del empleo, la productividad y la prosperidad general. Si todos somos panaderos, nos morimos de hambre. Un Estado que se respete, sabe bien cuántos médicos, odontólogos, ingenieros, o agrónomos necesita por cada mil habitantes, y no deja saturar con sobre oferta ninguna profesión u oficio. Pero aquí las carreras se ponen a la moda, socavando el futuro de nuestros jóvenes. Aunque nos cobije una normatividad nacional en materia educativa, y las distorsiones deriven de la no acción del Estado, la educación en Cúcuta merece ser revisada, desde la primaria hasta la universidad, atendiendo la vocación de la región y su inmensa potencialidad.
Nada más frustrante que la emisión de diplomas por centros educativos, sin ninguna responsabilidad posterior, o sea sin ningún compromiso por vincular a sus egresados al mercado laboral. Poco sirve tener miles de profesionales, si se convierten en desempleados. ¿Cuánto esfuerzo económico y sacrificio de padres y jóvenes para padecer después? ¿Cuánta frustración sicológica deriva de una situación de desempleo? ¿Cuántos cucuteños hay esparcidos por el mundo, de cierta forma expulsados, porque no pudieron desarrollar sus sueños una vez concluidos los estudios?
En fin, interrogantes van y reflexiones vienen. Los centros educativos, por ejemplo, de la mano de la Municipalidad, deberían organizar periódicas ferias de empleo, y mucha orientación para quienes estén terminando el bachillerato, de suerte que sus ilusiones se enfoquen hacia el mejor de los caminos.
Por otro lado, la educación no puede verse solo formalmente, como acumulación de conocimiento. La construcción de cultura ciudadana, tejido comunitario, sentido de pertenencia y ética colectiva son complemento necesario para hacer del estudiante un buen ciudadano, comprometido socialmente. Hay múltiples posibilidades de interacción entre esa educación formal y los espacios societarios.
En lugar de dejar los jóvenes a la deriva, en medio de los riesgos que entregan la falta de oportunidades y las tentaciones del vicio en un entorno que facilita el microtráfico por falta de autoridad, hay que empoderarlos en el deporte y sus distintas disciplinas y, sobre todo, en el civismo. Toda esa fuerza estudiantil hay que dársela al deporte, mediante Intercolegiados que duren todo el año, en varias categorías, según el nivel de destreza, y a labores de compromiso ciudadano que la Municipalidad puede organizar. Mente sana en cuerpo sano. Dado que no hay nada en la materia, la gradualidad sería la metodología.
Y lo anterior, léase bien, en referencia a quienes acceden a la educación, porque es altísimo el porcentaje de jóvenes que por condiciones socioeconómicas descartan de plano el estudio. Con esta juventud desarraigada y sin posibilidades, tenemos una inmensa deuda social. Casi todo está por construir.