Definir hoy una persona virtuosa, en medio de tantas complejidades, se hace cada vez un reto más difícil, iniciando por el mismo desconocimiento de lo que significa la moral, la ética y la aplicación de las virtudes en una sociedad que pareciera estar condenada al caos. Basta con mirar alrededor, los casos reales que a diario acontecen en la cotidiana existencia, sobre todo en países y ciudades como la nuestra.
Se nos hizo normal ver la violencia como método de resolución de conflictos; almorzamos viendo noticias cargadas de odio, de rabia, de muertos, de masacres, de perdón y de olvido, y al final del espacio televisivo, sin preámbulos, una presentadora muestra uno de los más de mil festivales que a lo largo y ancho de nuestra patria se conmemoran. Se volvió relativo decir que robar, está bien, que se puede ser medianamente ladrón de lo privado y de lo público, sobre todo, que si nadie nos observa, podemos actuar de manera impune y allí queda justificado ante la conciencia que no fue tan dañino el resultado.
El caos se volvió más que teoría, ahora es una práctica abierta y descarada donde todos somos cómplices, desde lo más mínimo hasta lo más grande de lo dogmático que pueda parecer, ser por lo menos una persona de buenas intenciones.
Pero ¿en qué radica la virtud?, ¿cuáles se necesitan hoy? Volviendo la mirada al mundo helenístico, el hombre virtuoso es aquel que domina las pasiones, que elige entre el bien y el mal y que después de ver la luz fuera de la caverna, descubre que las sombras al final solo eran interpretaciones distintas al mundo lógico y real, entonces entendemos que robar, “aunque sea poco”, no está bien y aunque tengamos la oportunidad de hacerlo, nuestra conciencia (juez) nos detendría y al contrario, reivindicaríamos la virtud de la honestidad.
Hoy estamos pidiendo a gritos que la sociedad vuelva a creer en la verdad, en la vocación de servir, en la rectitud del obrar, en profundizar nuestros conocimientos y por más dificultades de tipo material que se nos presente en un mundo lleno de tantas facilidades tecnológicas, nos esmeremos en buscar ser coherentes y recipiendarios de buenas costumbres.
Sin señalar a nadie, sin creernos dueños de la moral absoluta, cada día luchando contra el caos y contra nuestras propias pasiones desordenadas, ¡qué sociedad fuéramos!, qué Colombia diferente seríamos si cada uno se autorregula en su accionar ciudadano e íntimo, qué Cúcuta volvería a resurgir de las ruinas, ya no del terremoto de 1875 sino de la podredumbre moral en la que indolentes guardamos silencio, ese es nuestro diario deber, tarea hasta el final de nuestros días.
Ernest Hemingway acuña una frase que aún retumba hoy: “las mejores personas poseen la sensibilidad para la belleza, valor para enfrentar los riesgos, disciplina para decir la verdad, capacidad para sacrificarse. Irónicamente estas virtudes los hacen vulnerables; frecuentemente se les lastima, a veces se les destruye.”
Adenda: Con gratitud, honor y respeto admirable continúo este espacio en el diario La Opinión de mi amigo, compañero en diversas actividades culturales y vicerrector de la Universidad Simón Bolívar sede Cúcuta, el gran Carlos Corredor Pereira, quien falleció el pasado 11 de abril. Cada sábado de manera continua, desde el 5 de mayo de 2018, “el vice” compartió sus ideas y reflexiones a toda nuestra sociedad; es un reto enorme que con mucha fortaleza y decisión continuaremos adelante. Nos harás falta Carlos, pero el legado continúa. Paz en tu tumba.