La carta del presidente Santos a su sucesor, me hizo acordar del famoso cuento de la carta de un gerente a su sucesor.
Esta dice que al llegar un nuevo gerente a su oficina para iniciar funciones, encontró sobre el escritorio una carta de su antecesor, donde este le recomendaba escribir tres cartas en momentos de necesidad, de la siguiente forma: cuando tuviera el primer problema serio, dirigir una carta a la junta directiva, culpando del problema al gerente anterior; ante un nuevo problema, enviar carta a la asamblea de accionistas culpando de él a la junta directiva anterior; al tercer problema, decía el gerente anterior en su carta, haga la carta de renuncia y deje una carta para su sucesor con estas recomendaciones.
Juan Manuel Santos responsabilizó de todos los problemas al anterior gobierno o a los enemigos de la paz, donde incluyó todo crítico posible. Eso sí nunca presentó su carta de renuncia.
Y se victimiza diciendo que todo lo que hizo (bueno según él), “lo he hecho con verdadera pasión y plena convicción (solo así se resiste tanto palo) … Ha sido duro. Pueda ser que le toque una oposición más racional y constructiva… Lo importante es poder decir al final del gobierno que hizo todo lo humanamente posible y que hizo siempre lo que consideró correcto, así fuera impopular”.
Él se refiere con impopular a haberse saltado el resultado del plebiscito, lo cual ve como una virtud. Complejo comportamiento.
La carta es larguísima, como toda carta intrascendente, y a pesar de eso, no abarca la totalidad de lo que no hizo o hizo mal hecho. Santos, en su infinita vanidad, aspira que sea un documento histórico como las que Mandela escribió desde la cárcel. No superará el 7 de agosto de 2018.
La carta es un larguísimo e impudoroso registro, de lo que, en su opinión, fue una magnifica gestión. “Creo sinceramente que Colombia avanzó y avanzó mucho”, aclara que no miente porque sabe que nadie le cree. “…se redujo a la mitad la pobreza extrema, fruto de haber adoptado el índice multidimensional que permitió una más rigurosa y efectiva focalización de la inversión social”, lo que se traduce en la cascada de subsidios que montó, fortaleciendo el estado colectivista.
Habla de “fortalecimiento del Sena” que atraviesa hace meses un escándalo de corrupción mayor, provocada por su antiguo director, hoy flamante secretario privado de la presidencia.
“Por supuesto, el progreso de los colombianos necesita una economía sólida y competitiva que genere empleo formal y oportunidades”; esta parece una frase cínica, pero no lo es, le recomienda hacer lo que él no hizo. El daño económico del gobierno Santos costará años superarlo.
“Colombia debe preservar la confianza de los inversionistas con unas finanzas públicas sólidas y reglas de juego claras y estables”; esta frase si es cínica. “… es esencial garantizar un desarrollo sostenible”, que lo no que explica es que se necesita una política de desarrollo, que nunca tuvo, para después poder hacerlo sostenible.
Crecer el gasto del estado y de la burocracia en los niveles que lo hizo, es lo contrario al desarrollo. “Superar el reto enorme que aún que aún presenta el narcotráfico seguirá siendo otra prioridad”; esta es una frase vergonzosa. Fue en el gobierno que el presidió donde el cultivo alcanzó cotas históricas, otra vez.
Claro que hay que luchar contra eso, aunque él dejo “jurisprudencia” de fast track que cada vez hará más difícil esta lucha.
“La lucha contra la corrupción ha sido objetivo fundamental de mi gobierno, y de mi vida”; esta frase la debía registrar la Corte Suprema de Justicia en el proceso que lleva contra el Congreso, por la mermelada en la reelección de Santos. Y para no alargar estas perlas, la última la tomó como burla a los colombianos: “Logramos firmar la paz sin sacrificar nuestro modelo de desarrollo y apegados a la Constitución y al derecho internacional”.
Remata condoliéndose de no haber podido “erradicar” la polarización, que él produjo, y amenaza al decir “No tengo influencia en esta campaña, ni voy a influir”, y culmina, “no voy a interferir para nada en su trabajo”.
El sucesor de Santos deberá trabajar con presupuestos llenos de “vigencias futuras”, un gasto público desaforado y un estado desinstitucionalizado. No solo va a interferir en el siguiente gobierno, sino que gran parte de su trabajo será desarmar todo lo que Santos armó.
Esta carta no será para la historia un registro histórico de un estadista, sino material de estudio del comportamiento humano, tratando de entender los mecanismos de pensamiento de un ególatra.