La migración internacional es un tema que requiere con urgencia una revisión a nivel global. Ha estado presente a lo largo de la historia como manifestación para superar dificultades colectivas e individuales. Sólo que el capitalismo moderno ha generado mayor desigualdad entre las naciones, razón para que los flujos migratorios desde las más pobres hacia las industrializadas hayan aumentado. Escenas de barcos con negritudes africanas procurando alcanzar Europa, se mezclan con miles de centroamericanos y haitianos que cruzan Méjico tras el “sueño” americano. Son escenas que conmueven y evidencian la inmensidad del desequilibrio mundial. Por algo, en países como Malí y Liberia la esperanza de vida es de 51 años, al paso que en Japón y Suiza alcanza los 83.
La crisis mundial migratoria no hizo parte de la agenda de la 76ª Asamblea de las Naciones Unidas, en donde primaron el cambio climático, y los problemas de pandemia, que también develaron la descomunal brecha entre países ricos y pobres. En menor grado, se habló de las tensiones entre China y Estados Unidos, los talibanes, los militares en Myanmar, los conflictos en Siria, Yemen y Etiopía, y la situación de Venezuela. Xi-Ping, Putin y Macron, que representan potencias con asiento permanente en el Consejo de Seguridad, no asistieron, restándole importancia a la asamblea.
En consecuencia, quedó pendiente la crisis migratoria, que será devastadora si no se replantea ese orden económico internacional que mantiene en el subdesarrollo a 130 países del Tercer Mundo, en donde viven 2.900 millones de personas con menos de 2 dólares al día. Se trata de naciones sin soberanía económica, que padecen presiones del Banco Mundial y el FMI, abultada deuda externa, avaricia de las transnacionales, y tratados de “libre” comercio que las hacen más vulnerables y dependientes. Pobreza y falta de oportunidades generan desesperanza y migración. En grado menor, no por el neoliberalismo despiadado, sino por aberraciones ideológicas, como la caricatura socialista de Venezuela, también se presentan migraciones masivas.
En ese espectro migratorio, el discurso resalta la necesidad de ayuda humanitaria, pero sin atención a sus causas estructurales. Loable gesto el de Kamala Harris, quien estuvo en Centroamérica para explorar soluciones, aunque esa acción contrasta con la de los policías en Texas, estado republicano, repartiendo látigo desde sus caballos a migrantes haitianos. Biden ha rechazado el atropello con vehemencia, pero ¿continuarán los planes para deportar a 15 mil haitianos?
Méjico, sin poder mayor y país de tránsito, parece un campamento de migrantes, con decenas de albergues. Como dice López Obrador, hay que atender las raíces del problema. Hasta ahora, incoherencia manifiesta, sobre todo cuando desde Washington se le dice al mundo que los afganos que huyen del régimen talibán también representan una crisis humanitaria; temen los 90 mil que, en medio de 37 millones, sirvieron a la ocupación norteamericana.
La migración venezolana merece toda nuestra solidaridad. Pero ha sido manejada sin organización desde 2015, en un apoyo más por razones políticas que humanitarias, dado el propósito de desestabilizar a Maduro. Aunque incompetente y mega corrupto, no hace falta calificarlo de criminal de guerra, como hizo Duque desde Naciones Unidas, porque es incendiar más las maltrechas relaciones binacionales.
El Reino Unido y Francia, responsables de las migraciones provenientes de sus excolonias de África y Asia, han tenido una política errática, dada la discriminación que persiste. China y Rusia, por su parte, se mantienen indiferentes frente a semejante crisis, aduciendo que no son responsables de haberla causado.
En contraste con estas incongruencias, destacamos la labor humanitaria de Ángela Merkel, quien en 2015 recibió un millón de sirios que huían de la atroz guerra. Basta revisar programas, regulaciones y presupuestos para entender el nivel de incorporación de estos migrantes a la sociedad alemana.
La crisis migratoria internacional hará metástasis en pocos años. Constituye, junto al cambio climático, el reto mayor para la gobernanza mundial.