En el fragor de la violencia partidista en el siglo XX en Colombia, Darío Echandía, que fue uno de los dirigentes más lúcidos de su tiempo, hizo una pregunta pública, con la intención de generar reflexión responsable. “¿El poder para qué?”
El país estaba copado por el conflicto del sectarismo, estimulado desde el Gobierno. Matar al contrario era una acción corriente. Esa barbarie llegó a extremos de desquiciamiento total y las víctimas de tal acción intrépida entre los años 40 y 50 del siglo pasado fueron más de 200.000. El poder no era ejercido para la construcción de una nación próspera sino con la finalidad de consolidar una hegemonía de partido y repartirse el botín con sujeción al abuso del poder bajo el signo de la avaricia desmedida.
Con el mismo espíritu con que Echandía indagaba a sus compatriotas sobre las responsabilidades inherentes al mando, resulta pertinente escrutar la visión de los que gobiernan respecto a la democracia.
¿La democracia para qué? Porque en Colombia se pone mucho énfasis en la afirmación de que se goza de la mejor democracia en América Latina. Pero son muchos los hechos reconocidos contrarios a lo que se dice con sentido de aserto.
Colombia no es Estado democrático en el estricto sentido del término, como no es el Estado Social de Derecho que está escrito en la Constitución.
Falla la democracia cuando es tan alto el índice de la desigualdad, con una sociedad divida en clases de diferencias abrumadoras. La brecha entre los estratos da cuenta de las distancias que separan a los que tienen como vivir sin apremios y los que padecen las cotidianas necesidades insatisfechas, sin opción distinta a la frustración y la resignación.
No hay democracia cuando el dinero tiene tanto peso en las elecciones y el poder se convierte en una feria de privilegios burocráticos con subestimación de la idoneidad y los méritos de quienes se han preparado para las funciones propias de la administración pública u otros desempeños.
No hay democracia cuando la administración de justicia está contaminada de corrupción e impunidad o en la Fuerza Pública se incurre en tantos desatinos. O cuando se vuelve rutina la muerte de los líderes sociales por cuenta de bandas criminales y falta de garantías oficiales en la protección de sus vidas y de sus derechos.
La democracia se convierte en ficción con la acumulación de tanta permisividad para los actos de ilegalidad en el sector oficial.
La democracia debe servir para desmontar todo cuanto configura abuso de poder. Y debe tener como prioridad la paz, la educación, la salud, la cultura, el reconocimiento de los derechos sociales, la protección de los recursos y la aplicación de una política ambiental que beneficie a la población humana y en general, a la naturaleza.
La democracia debe ser un ejercicio cotidiano de los ciudadanos, aplicado en las decisiones de gobierno como expresión de transparencia.
Y hay que articular la democracia a la cultura ciudadana, en la construcción de una ciudadanía deliberante y responsable, capaz de asumir con acierto su participación en el manejo de lo público.
Puntada
Con Victor Bautista como secretario de fronteras este despacho puede alcanzar un manejo óptimo. Sobre todo, en la asimilación de asuntos comunes de Colombia y Venezuela en el entorno de su vecindad.