El Congreso puede aprobar lo que sus mayorías quieran, hasta lo más absurdo, pero sus decisiones quedan a la interpretación de los abogados del Consejo de Estado, que dentro del mejor espíritu heredado del general Santander, son esclavos de los artículos, los incisos y los concisos, como acaba de ocurrir en los casos del exalcalde Antanas Mockus y de la representante Angela María Robledo, a quienes retiraron sus credenciales atendiendo a un “articulito”, de esos que le gustaban al desaparecido Fabio Echeverry.
El Consejo de Estado decidió en su sabiduría que había irregularidades en las candidaturas de los dos voceros de la oposición y las anuló, con beneficio obvio para las filas del uribismo, al cual no le aplicó el mismo rasero en el caso de la parlanchina vicepresidenta, a quien no le retiró la credencial. Fue superior la presión oficial en este caso, pero se demostró que la oposición no goza de las mismas garantías del oficialismo. Mala cosa, pues señala que no es buena idea oponerse a la corriente y que la oposición corre serio peligro, ocasionando que siga primando la idea que es mejor el monte que el Capitolio.
De otro lado, volvió a demostrarse que el odio es contagioso y peligroso. Desadaptados y vándalos protagonizaron graves disturbios en Bogotá, en manifestaciones contra el gobierno, muchos de cuyos amigos son partidarios del enfrentamiento y enemigos del diálogo civilizado. Se demostró, una vez más, que los colombianos sólo necesitamos cualquier excusa para acudir a las vías de hecho.
Es curioso, pero Bogotá parece tener un sino fatal con el mes de abril. El bogotazo fue en 1948, posteriormente el presidente Carlos Lleras, por disturbios el día 19 de 1970, tuvo que decretar el toque de queda, y ahora, el día 25, casi destruyen la Plaza de Bolívar.
Los últimos disturbios probaron que fomentar el enfrentamiento y el odio no conduce a nada bueno. En televisión presenciamos a unos desadaptados, pobres ellos, enfrentados con saña a la Policía, la cual tuvo que defenderse como gato patas arriba. También vimos a un anciano que se enfrentó, con valor y gallardía a los antisociales, uno de los cuales, parece mentira, daba vueltas en bicicleta por la emblemática plaza, para recoger piedras y arrojárselas a la Policía. No lo capturaron y se retiró como torero victorioso.
Parece extraño que la Policía no utilizó, para defenderse y rechazar los desmanes, los camiones especiales que arrojan agua y pueden superar obstáculos. Seguramente estaban ocupados en otro lugar de la capital, mientras atacaban al Smart, pero no parece lógico que la ciudad puede ser destruida cualquier día por un grupo de antisociales. El alcalde Peñalosa y el uribismo no aparecieron por parte alguna. Nos dejaron solos. La ciudad estuvo por varias horas en poder de los vándalos, que ocasionaron pérdidas que pagaremos todos los bogotanos. Hasta la catedral y la estatua de Bolívar sufrieron las consecuencias de la “democracia”. GPT