La vara con que el uribismo como partido político o desde la individualidad de sus militantes mide a sus adversarios está preconcebida para la descalificación.
Los acólitos de su causa acomodados en las curules de las corporaciones públicas o revestidos de altos heliotropos en la burocracia oficial ejercen la dogmática función de estigmatizar a quienes tengan posiciones contrarias u opiniones libres sobre los asuntos de interés público.
No admiten sino su “verdad” y todo lo demás lo muestran como dañino en perjuicio de “la patria” que ellos aforan casi que como de su propiedad.
En desarrollo de sus objetivos alrededor del poder el uribismo tiene el discurso calculado: una mezcla de demagogia y otras propuestas sensibleras adobadas de mentiras con la intención de generar miedo colectivo como lo hizo en la campaña del plebiscito sobre las negociaciones de paz con las Farc en La Habana durante el mandato de Juan Manuel Santos.
El mismo gerente que tuvo el manejo de la propaganda del partido reveló las maniobras empleadas para apuntalar la consigna de rechazo al proceso de paz. Se acudió al engaño buscando desorientar a los ciudadanos y mantenerlos en la incertidumbre, en beneficio de las atrocidades de la guerra.
Esa postura es la misma que se generalizó para mostrar como negativo el acuerdo definitivo con las Farc mediante el cual se le restó gran parte al conflicto armado que lleva más de medio siglo de atrocidades compartidas entre las guerrillas, los paramilitares y las propias Fuerzas Militares del Estado.
Ya en los albores de la nueva temporada electoral se dio comienzo al fuego de las mentiras. El expresidente y senador Álvaro Uribe acude una vez más al fantasma del castrochavismo para decir que en eso andan los que no están alineados con su causa, pero omitiendo dar explicaciones sobre la versión según la cual a su partido ingresaron dineros de un empresario venezolano unido al gobierno del presidente Nicolás Maduro, que él tanto aborrece.
La mentira es un insumo de la política en Colombia y el uribismo la usa en muy altas dosis. Como cuando busca negar las culpas del exministro Andrés Felipe Arias en los derroches de Agro Ingreso Seguro, por lo cual está condenado mediante sentencia de la Corte Suprema de Justicia. O cuando le resta gravedad a los llamados “falsos positivos”, procedimiento criminal con el cual fueron ejecutados miles de jóvenes acusados falsamente de ser combatientes de la guerrilla. O cuando condecora con el elogio de “buenos muchachos” a reconocidos exfuncionarios comprometidos en graves delitos o son protagonistas de la rampante corrupción.
El engaño, mediante adobadas mentiras, es la bandera sucia que vuelve a flotar en la política colombiana.
Puntada
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