El presidente Iván Duque, “el que dijo Uribe” descubrió, por fin, la fórmula para mejorar su imagen entre los resignados colombianos: buscarle pleito al inepto presidente vecino, el bigotudo Nicolás Maduro, responsable de la debacle que convirtió país millonario en uno que necesita la ayuda extranjera para darle comida y medicamentos a sus habitantes.
Debido a los errores del chavismo, que reemplazó la corrupta democracia de los partidos tradicionales, el vecino país, que tiene las más grandes reservas de petróleo del mundo, se encuentra al borde del colapso, al extremo que su moneda, el bolívar, no vale siquiera el papel en que está impreso. En Bogotá, por ejemplo, desesperados venezolanos cambian millones de bolívares por una limosna o por una sopa aguada. Es tan desesperante la situación que millones de inmigrantes recorren a pie los centenares de kilómetros que hay entre el Táchira y Bogotá, para conseguir lo que no hay en su país. Nunca habíamos visto algo tan desesperante, ni siquiera en las épocas en que los colombianos emigraban para eludir la violencia que nos azotaba en la era del conservatismo sectario.
Parece mentira, pero los herederos del laureanismo asustan a los incautos con el cuento de que la pobreza que ahoga a los venezolanos nos puede caer cualquier día. Con esa historia derrotaron el referendo que promovió el presidente Juan Manuel Santos y eligieron a su sucesor, plantándole a los colombianos una disyuntiva espantosa: escoger entre dos malos al menos peor. Y eso hicieron doce millones de desprevenidos ciudadanos, que le creen todo al expresidente Alvaro Uribe y a los medios de comunicación. Los ciudadanos se inclinaron a favor de Iván Duque, que demostró ser mejor que su rival Gustavo Petro. Yo no voté por ninguno pues consideré que era escoger entre el cianuro y el arsénico: ambos son mortales.
El presidente Duque arrancó con el pie izquierdo: las encuestas, movidas especialmente por el error del ministro de hacienda, que anunció impuestos para todo, incluyendo la canasta familiar, mostraron que el nuevo mandatario no era favorito de las encuestas, que miden de todo, desde la aceptación de los jabones hasta el favoritismo de los presidentes. Y ahí se rajó Duque, que llegó a la presidencia sin siquiera haber sido concejal, gobernador o ministro: fue fruto de la escogencia del jefe de la derecha, que el igual que su antecesor, Rafael Núñez, se ha dado el gusto de nombrar a dedo a sus sucesores y ser designado, hasta ahora, como el único presidente eterno.
Aconsejado por algún asesor técnico, de los que le sobran a todo gobierno, cambió de discurso: dejó de hablar de economía naranja y se decidió por seguir las orientaciones de los presidentes Trump y Uribe: atacar al ignorante Maduro y asustar a los colombianos con el cuento de que podemos caer en el mismo abismo de los venezolanos- Estamos al borde de cumplir el sueño de amigo desaparecido: tener una doméstica venezolana, indocumentada. Hace poco tiempo fue realidad. Si nos descuidamos, nos puede pasar lo mismo. GPT