En los discursos oficiales o en el medio que se utilice para hablar de Colombia por parte de los altos servidores del gobierno lo predominante es la hipérbole. Esa exageración para dar por cierto lo que no es se ha convertido en una narrativa corriente y recurrente.
En la instalación del Congreso el pasado 20 de julio el presidente Iván Duque habló de una nación con fortalezas en sus instituciones, protectora de los derechos humanos, donde se castiga el crimen. También se da por funcional la democracia y a los miembros de la Fuerza Pública se les asigna la condición de héroes y de víctimas de “los vándalos”.
Como punto de honor del gobierno se propaga la versión según la cual es total la protección a la protesta social, aunque con ayuda de bodegas a su disposición se estigmatice a quienes se identifican con el paro o con las manifestaciones de inconformidad de los jóvenes. No faltan las cuñas propagandísticas sobre recursos del Estado destinados a los más vulnerables mediante programas asistencialistas, más cosméticos que efectivos en la aplicación de recursos contra la pobreza y la desigualdad.
La situación de crisis que atraviesa el país deja sin validez la versión oficial sobre tantas bondades dadas por ciertas. Los privilegios feudales en la propiedad de la tierra, el atraso en la cobertura de la educación y el sistema deficiente de salud, son muestras de un Estado que no es propiamente social de derecho.
Es frágil una democracia sin un sistema electoral que infunda confianza. Es aventurado sostener que se cuenta con una institucionalidad solventen cuando se asiste al progresivo debilitamiento de la división de poderes y a la aproximación a formas hegemónicas y autoritarias en el manejo del poder.
El inventario de lo negativo que tiene Colombia no puede dar para encumbramientos sin sustento de la verdad. El mismo Congreso está por debajo de sus deberes democráticos.
Con los crecientes indicadores de pobreza, de desigualdad, de corrupción, de desempleo y de discriminación étnica, no es posible sacar pecho para autoproclamarse satisfecho como gobernante. Mucho menos cuando no hay paz y la violencia es la cuota desgarradora de todos los días por el asesinato de líderes sociales, excombatientes de las Farc y otros sectores indefensos de la comunidad.
A todo ese deterioro del tejido social y político se agrega la intolerancia oficialista con quienes se distancian de sus dogmas. Tachan de terroristas sus ideas de cambio y al socialismo lo consideran una peste, a pesar de que aquí no ha gobernado nadie con esa ideología. Lo que es Colombia es el resultado de las políticas de atraso de los que han gobernado. A nadie más pueden imputarle sus fracasos.
Puntada
Cuenta Miguel Méndez Camacho con los méritos para recibir el premio de periodismo Eustorgio Colmenares Baptista otorgado por el Círculo de Periodistas y Comunicadores de Norte Santander y la Fundación Premio de Periodismo La Bagatela. Acertada distinción.
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