En Venezuela desde los tiempos de Páez y del mismo Simón Bolívar y hasta la llegada del coronel Chávez, la cercanía de los militares al poder ha sido significativa. Algunos parecen olvidar que el nacimiento mediático y aún político de Hugo Chávez, fue en un intento fallido de derrocar a Carlos Andrés Pérez y que ya en el poder ganado democráticamente y como presidente constitucional nunca ocultó que el alma, la fuerza y naturaleza de su Quinta República era una sólida alianza entre el pueblo y sus fuerzas armadas, respecto a la cual los procesos de la democracia liberal o burguesa, con las elecciones como elemento central, eran importantes y podrían acompañar y aun fortalecer esa alianza indestructible, pero nunca sustituirla. La asesoría cubana fue determinante en el trabajo iniciado por Chávez tanto con las fuerzas uniformadas como con los colectivos barriales de ciudadanos armados y disciplinados, verdaderos grupos paramilitares.
Maduro no es Chávez pero le correspondió continuar sin su brillo, carisma ni liderazgo, la ruta del poder que este le trazó a un proyecto político cuyo corazón y músculo no estaría en las urnas sino en los cuarteles. Por eso el futuro del drama venezolano finalmente no depende de Maduro sino de un grupo pequeño de la cúpula militar. La negociación que ineludiblemente habrá de hacerse será con esos oficiales. Para ello es fundamental entender que el cambio democrático que Venezuela reclama solo puede materializarse con las fuerzas armadas, no contra ellas.
Llegado el momento, tanto Maduro como Guaidó pasarían a un segundo plano. Incluimos a este último, porque la salida negociada va a requerir incorporar al chavismo antimadurista y a sectores independientes que estando mamados con Maduro no están sin embargo dispuestos a regresar a esa vieja Venezuela que hace un cuarto de siglo derrotó Hugo Chávez; y Voluntad Popular, el grupo de donde procede Juan Guaidó, fundado y liderado por Leopoldo López, del cual son militantes Corina Machado y el exalcalde de Caracas Antonio Ledesma, representa a esa vieja y derrotada Venezuela; el punto acá es que su discurso jamás será aceptado por un sector amplio del antimadurismo ni por los estamentos militares, pues éstos, son maduristas por necesidad o disciplina pero chavistas por convicción.
Debe considerarse que las otras fuerzas opositoras, Acción Democrática y Primero Justicia, han mostrado su disposición a buscar una salida política negociada a la crisis e inclusive a continuar ciertas políticas del chavismo, especialmente sociales, por lo cual estarían llamadas a jugar un papel fundamental en la negociación; se trata de Acción Democrática y Primero Justicia de Enrique Capriles, cuya voz se ha podido escuchar en medio de la barahúnda actual, reclamando un manejo político de la situación, rechazando las amenazas de invasión y reclamando el apoyo internacional.
Para que lo anterior se dé, es necesario que los representantes del verdadero poder que, repitámoslo, no son ni Maduro ni Guaidó, se reunan discretamente para acordar un régimen de transición de carácter cívico militar, como los que ha conocido América Latina en otros momentos críticos , que se originaría en un acuerdo político fundamentado en el respeto y aplicación de una constitución elaborada por el chavismo y durante todos estos años acatada por la ciudadanía, salvo por Maduro que, insólito, ha pretendido reemplazarla; el primer paso del régimen es la realización de unas elecciones transparentes y legitimadoras.
El horizonte es más complejo de lo que le presentan las dos partes a la opinión, agravado por la circunstancia de estar la crisis venezolana desarrollándose en medio de un escenario latinoamericano donde ya hacen presencia aparición los intereses económicos y profundamente antinorteamericanos de China y Rusia, en lo que se consideraba como el patio trasero de Norte América.