Viendo la dificultad que han tenido la prensa y los analistas para encasillar a Belisario Betancur, pude volver a percibir esa característica muy suya de estar situado en un punto desde donde tenía una panorámica amplia y abarcadora de la vida en sus diferentes facetas, con las cuales interrelacionaba y a las cuales interrogaba, buscando siempre tener un poco más; un glotón insaciable de vida que literalmente se la devoraba, bebiéndose hasta el último sorbo que ésta le ofrecía. Un espíritu renacentista surgido de las breñas antioqueñas para el cual, para emplear la frase canónica, nada de lo humano le era ajeno, viniere de donde viniere, abierto y sin talanqueras o anteojos ideológicos.
Belisario en Roma como miembro de la Academia Pontificia de Ciencias. Belisario en Barichara dedicado con entusiasmo de muchacho al rescate de la casa y la memoria de uno de los grandes radicales decimonónicos, Aquileo Parra. Un conservador a su manera, laureanista y luego demócrata cristiano porque creía que la actividad política era la materialización de la ética, situada en las antípodas de la rebatiña por puestos y contratos en que terminó convertida. Lo suyo era el bien común, un concepto central en el pensamiento y la sensibilidad cristiana.
Belisario como entusiasta ciudadano del mundo, en especial de su amada España, pero con los pies firmemente puestos en la tierra, en su tierra. Con él no había disyuntivas entre esto o aquello, era lo uno y lo otro, complementándose y no excluyéndose. Ponía en el mismo pie de igualdad a las manifestaciones y actores de la cultura popular con las de la cultura universal. La suya era una vivencia de la cultura que iba de la exaltación de la comida criolla, con chicharrón y aguardiente en las recepciones en la Casa de Nariño, en esos años convertida en epicentro de la cultura y de un sincero sentido de la nacionalidad, Hasta el homenaje a la Generación española del 27 y a la gran cultura precolombina. Un afán por la cultura y el conocimiento de lo humano y de lo natural, de nuestra naturaleza indómita, que lo llevó a organizar un Segunda Expedición Botánica que terminó durmiendo el sueño de los justos.
Esta capacidad de articular lo nacional y lo internacional se expresó claramente en su aproximación a la economía, donde la defensa racional y estratégica de nuestras realidades, necesidades y posibilidades era impulsada a la par con un manejo equilibrado del comercio internacional; se trataba de apoyar y complementar y no de sustituir la producción nacional. Colombia logró entonces sortear lo peor de la crisis de la economía latinoamericana en los ochenta, luego conocida como la década perdida de la economía continental.
Su mayor acto de comprensión y compromiso con Colombia fue su apuesta franca y sin dobleces por la paz, a partir de su convicción de que estábamos sumidos en un conflicto que solo nos había traído y nos seguiría trayendo, destrucción y muerte. Creía que con generosidad y apertura y la capacidad para reconocer que no era un conflicto surgido de la nada, que tenía unas causas objetivas concentradas en el atraso rural y el abandono estatal de muchos territorios del país, y otras subjetivas surgidas de la exclusión del poder y de la política de personas y sectores sociales, sería posible lograr una reconciliación y finalmente dejar atrás tanta sinrazón e injusticia. Fue el pionero, abrió la ruta pero el país no lo siguió y la guerrilla en general no lo entendió, mientras que el narcotráfico asomaba su nariz en los teatros del conflicto. La situación desembocó en el holocausto del Palacio de Justicia, donde no solo ardieron sus esperanzas de paz sino que se vio obligado a asumir en solitario una terrible responsabilidad que lo acompañaría hasta el final de sus días, para evitar que la tragedia del Palacio terminara en el derrumbe de la democracia colombiana. Lo suyo no fue solo la paz de Colombia, fue también la de Centroamérica, con la creación del exitoso Grupo de Contadora.
La suya fue, como para rematar y resaltar los desafíos que enfrentó, la presidencia de las tragedias provocadas por la naturaleza: el terremoto de Popayán y luego Armero. Esas tragedias despertaron la conciencia de la necesidad de prevenir los riesgos; se crea entonces la Oficina de Prevención de Riesgos que llegaría a ser modelo para la América Latina.
Concluyo estas líneas de homenaje y recordación de un gran ser humano y ciudadano, con otra de sus grandes preocupaciones y realizaciones, la descentralización con su epicentro en el municipio, con la elección popular de alcaldes y su fortalecimiento presupuestal. Gracias, Belisario.