Se acaban de cumplir veinte años del asesinato del más irreverente cómico que ha tenido Colombia y que no volverá a tener en muchos años: el inolvidable Jaime Garzón, que fue víctima de los que aquí le ha dado en llamarse “fuerzas oscuras” y que no son otra cosa que los personajes que no admiten la crítica ni la presencia de personajes que dicen la verdad y no se agachan ante las amenazas. Fue un irrepetible, del cual no fui amigo sino admirador de sus facultades extraordinarias de crítico de una Colombia que, a pesar de que han pasado veinte años, sigue siendo la misma.
Garzón sabía que lo iban a asesinar y siguió con sus imitaciones y sus personajes, que los colombianos recuerdan con nostalgia en momentos en que el humor ha desaparecido y han tomado su lugar la extrema derecha que no tiene, ni tendrá, sentido del humor y ha reemplazado a Néstor Elí, Heriberto de la Calle y los demás personajes por senadores que se ufanan de “hacer jugaditas”, dicen vulgaridades en el recinto de la democracia, se burlan de nuestros logros democráticos, y aspiran a reemplazarlos con nuevas ediciones de las famosas S.S. y del resucitado Klu Klux Klan, que ha vuelto a aparecer en los Estados Unidos, hoy bajo la férula de presidente que odia a los inmigrantes y parece sacado de cuento de horror.
Nunca fui invitado a sus almuerzos, a los que asistía el embajador de Estados Unidos, ni trabajé con él en radio o televisión. Fue un colega extraordinario que logró la admiración de muchos y recibió el odio de otros, que lo acusaron de ser negociador de secuestros, lo que era mentira, y lo colocaron en la lista de enemigos de los paramilitares de Castaño, algunos de los cuáles oprimieron el gatillo asesino. No alcanzó a cumplir los 40 años, meta que él mismo se había fijado, y murió cuando se dirigía al trabajo, en horas de la madrugada. Hoy sigue en el misterio el nombre de los autores intelectuales y han recibido condenas por el crimen algunas personas pero no sabemos quién, como en el caso de Gaitán, movió los hilos.
Sin haber participado en la investigación sobre el asesinato, que conmovió a Colombia, tengo la impresión de que los promotores son los mismos que ordenaron la muerte de Pizarro, de Jaramillo, de Antequera, de Cepeda y de los líderes cívicos muertos en los últimos tiempos. No sé quiénes son pero tengo el palpito de que algún día uno de ellos se arrepentirá, como Judas, y contará la verdad. Sería un descanso para los colombianos que extrañamos el humor de Heriberto de la Calle. GPT.