Mi afición por la geografía ha sido aliciente para estudiar, cada vez con más fervor, la integración entre las naciones, ahora sin fronteras, desde una perspectiva crítica, fundamentada en el desarrollo social internacional.
Entonces descubrí La Geopolítica, una disciplina que convoca los aspectos humanos, físicos, geográficos, históricos, económicos y políticos en la vinculación científica que los reúne en torno a una filosofía de relevancia universal.
Así, pasé a analizar el nuevo concepto de espacio y tiempo, desde las coordenadas sociales, más allá de lo meramente geográfico, o histórico, para adentrarme en el modelo de globalización que crece desmedido.
Comencé a involucrarla en mis aventuras geográficas de sueños, porque compensaba mis afanes, se volvía tan clásica como mis lecturas y, sin darme cuenta, absorbía las expectativas que me habían rondado por años.
Y empezaron a juntarse los efectos de la demografía, de las migraciones, de los controles ambientales, de los derechos humanos, y de aquellas prioridades que se imponen desde las transformaciones que se dan, en todo sentido.
Es que creo que las ciencias sociales estaban destinadas a eso, a una visión unificadora, buscando el imaginario de tantos pensadores, desde Heródoto y Tucídides, hasta los mejores profesores alemanes e ingleses.
Por eso, aún conservo la ilusión de retornar al viejo concepto de patria, esta vez mundial, con una maravillosa relación de los sujetos con el contexto, los recursos y la naturaleza, para gestionar un internacionalismo humanista.