En septiembre de 2015, cuando Venezuela cerró la frontera con Colombia de manera unilateral, un grupo de cucuteños nos reunimos con algunos ministros del gobierno Santos para buscar soluciones a la crisis. Recuerdo que con el exministro Luis Eduardo Garzón y alguien de Planeación Nacional, se tuvo una reunión para definir de políticas para enfrentar la crisis, y el exministro preguntó que cuantos podrían ser los venezolanos que se pasarían a Cúcuta, que en ese momento eran más de 7 mil. Le dijimos que iban a ser muchísimos más, llegando a los cientos de miles y que había que mirar el problema desde una óptica nacional estructural, pues lo que pasaba en ese momento era sólo la cuota inicial de la destrucción de Venezuela. El ministro Garzón dijo que al gobierno nacional de entonces le preocupaban únicamente cuantos almuerzos se debían dar esa semana y que a eso se dedicarían. Nosotros queríamos soluciones estructurales, el gobierno Santos repartir almuerzos.
La diáspora masiva de venezolanos por toda Suramérica, ha puesto a prueba los controles fronterizos, la porosidad de las fronteras, la venalidad de las autoridades y la realidad de los “coyotes” traficantes de seres humanos. Suramerica no estaba preparada para la explosión migrante del régimen demencial chavista, último regalo al mundo del tirano mayor, Fidel Castro, que todavía hoy cuenta con “progresistas” que lo tienen como su ídolo.
Es interesante ver cómo, en todos los países afectados, la concepción permanente de un salario mínimo como insuficiente e impuesto por poderosos intereses, es retada por la diáspora venezolana que acepta cualquier salario, con tal que tenga con que comer. Una población que vivió siempre de los subsidios de un estado “poderoso”, hoy acepta cualquier ingreso y lo agradece. Ya se ven obreros de la construcción, desde Panamá hasta Chile, con claras tendencias xenófobas.
Ese solo ejemplo resume nuestra realidad; Venezuela es el espejo donde hoy nos miramos, con algunos países jugando todavía a la ruleta rusa del populismo de izquierda. El problema es que muchos miran, pero no quieren ver. Pero manejar la destrucción del estado venezolano, no es algo para lo que estemos preparados, mucho menos si lo intentamos de manera individual como país, o peor aún si lo intentamos hacer con recursos locales. Es diciente que los migrantes no quieran ir a Nicaragua, Cuba o Bolivia, y por el contrario busquen a Chile, Panamá y similares, donde impera el modelo absolutamente contrario.
El retiro de varios países de Unasur y el fracaso de la OEA por contar con el veto de las islitas caribes, compradas por Venezuela o cooptadas por Cuba, es un momento de oportunidad para montar una Organización de Estados Continentales Latinoamericanos (OECL), que reivindique los principios de la democracia liberal y aísle regímenes como el venezolano, con sanciones conjuntas que impidan la continuación de este tipo de satrapías. Tendría ese organismo la gran ventaja que dejaría de considerar en sus decisiones mini-estados isleños caribeños, además de la no democrática Cuba, y actuar, como órgano independiente de los intereses anglosajones de la potencia norteamericana y la mancomunidad británica, a través de Canadá. Contar con México y Brasil garantizaría equilibrio de fuerzas norte-sur. Venezuela no haría parte del organismo, dado que cuenta con un gobierno no reconocido por sus pares, y lo mismo sucedería con Nicaragua, en caso que Ortega adquiera actitudes maduristas. Sería un organismo de estados basados en la democracia liberal.
Entre los temas a abordar estaría el manejo de los migrantes, cupos por país, tramites fronterizos, así como la toma de medidas comunes para sancionar a los gobernantes venezolanos, que podría incluir la expropiación de bienes y cuentas en los países latinoamericanos de dirigentes del régimen, y finalmente, buscaría de manera multilateral como impulsar el regreso de la democracia a ese país, y definiría cuál debería ser la ayuda al nuevo gobierno elegido popular y libremente. Su sede permanente puede ser San José de Costa Rica, capital de un país muy estable políticamente y no beligerante.
Este nuevo modelo regional multilateral, que debería impulsar Colombia, serviría también para enfrentar unificadamente temas de la nueva realidad mundial, como las medidas a tomar para detener el calentamiento global, el cibercrimen y el crimen organizado transnacional, y es una oportunidad única que se da con la muerte de esa aventura ideologizante de Unasur, que llegó a tener al tristemente célebre Ernesto Samper como su Secretario General.
Bogotá, agosto de 2018