La bondad y las costumbres buenas se quedaron atrás, tendidas en el sendero - semillas en la lluvia- y las recogieron los pájaros para guardarlas en la luz: no hubo tiempo para cultivarlas más.
Todo sucedió en pocos años, sin la transición debida, sin la cesión gradual de una tradición de siglos a otras generaciones. Si hubiéramos ido de la mano, caminando juntos, ¡podríamos haberles enseñado tantas cosas a los jóvenes!
Por ejemplo, qué era el arte, la cultura, el placer de la música, la ternura; lástima, se perdieron lo mejor, y no aprendieron que hay una cuerda que enlaza el universo por un sendero de estrellas bonitas.
Era distinto cuando los adultos, pioneros de los pasos, iban abriendo puertas, abanderados de prudencia y sensatez (después de los errores), quizá como nos pasó a nosotros, cuando las decisiones abordaban la vanguardia del respeto y el ejemplo digno de los viejos.
Aún están latentes en el cielo las bendiciones, la sangre de los sueños, que es de color azul, el soporte del amor y las entrañas de la fantasía, esperando una señal para que las razones del alma regulen los vientos y protejan lo bueno, para repasar las experiencias de los mayores y dar una alerta continua de esperanza en los remansos del camino.
Llegará pronto el tiempo del retorno, la aventura conjunta de ser, otra vez los viejos, genitores de las ideas, cordura en la posesión del mundo, bisagra sabia en el gozne que gira la vida, fragmento y tamiz de las ilusiones.