El respeto es una cualidad equivalente a la bondad, la reciprocidad y la mesura para los actos y las opiniones, dentro de una equidad, tal, que permita siempre revisarlos bajo la sombra tutelar de la urbanidad.
Es un valor moral que afianza la trascendencia del humanismo, contribuye a forjar un ambiente manso y amable, a ennoblecer las tradiciones y a ser tolerantes con quienes no comparten, plenamente, nuestros intereses.
Su semilla se siembra en nosotros mismos y se esparce a los demás con la cordialidad, para cultivar una sana armonía y propiciar las nociones esenciales, tanto inteligentes como espirituales, que nos orienten a la paz.
Y requiere una actitud prudente y reflexiva, otorgar espacios y tiempos serenos a las otras personas, sin que ello signifique ceder en autonomía, sino lo contrario, implique decisiones ecuánimes y transparentes.
Sublima las religiones, la democracia, el medio ambiente, la conducta, los padres, los niños, los mayores, los deberes, los derechos, las normas, los símbolos patrios, las instituciones, el amor, la familia, la educación, la ética, en fin, aquello que dignifica a los seres humanos.
Con la validez del respeto reconocemos, juiciosamente, que las diferencias deben entenderse desde una alternativa culta, responsable, para evolucionar con solidaridad y sensatez, hacia la convivencia.
EPÍLOGO: La incertidumbre de las tensiones actuales requiere referentes de pausa, de sedimentación, de la palabra elegante y decente que exprese con cortesía las ideas y promueva causas nobles.
