No son de bajo calibre los problemas que se han acumulado en Colombia. Sin embargo, no han tenido un tratamiento a la medida de su complejidad y de su gravedad. Pareciera ser que solucionarlos como debiera ser les restaría poder a quienes se lucran de la desigualdad, del abuso de poder, de la corrupción y de toda esa mezcla de desatinos y mezquindades.
Los hechos que alargan esa recurrencia de desvíos son tozudos. Son la expresión de una permisividad calculada, cuyos efectos están previstos. Para su sostenibilidad se acude a la propagación de la mentira a fin de infundir miedo. Ese fue el recurso empleado en la campaña del plebiscito en 2016. El tóxico era hacer creer que el acuerdo de paz con las Farc ponía a Colombia al borde del abismo y equivalía a la entrega del Gobierno a la guerrilla y que se tendría un Estado inspirado por Fidel Castro y Hugo Chávez.
Era la forma de ocultar los beneficios derivados de ponerle fin a parte de un conflicto armado de casi medio siglo. Se ocultaba lo que representaba la desmovilización de más de 10.000 combatientes y la entrega de sus armas. Se ocultaba lo que sería la reparación a las víctimas y la restitución de tierras. Se ocultaba la aplicación de la democracia en el manejo de lo público. Se ocultaba la depuración del ejercicio político y se ocultaban los planes tendientes a cerrarles espacios a los narcotraficantes.
Era el ocultamiento de un tejido de cambio, porque se salía del laberinto de las atrocidades de la guerra a la tarea común de la convivencia y de la construcción de una sociedad con derecho a la vida, a la paz, a la educación, a la salud, a la libertad de opinión, a la protección ambiental, al goce creador.
Lo del plebiscito es apenas uno de los episodios de la mentira aplicada a la política. Son muchos más. Repetidamente se niegan los males que afectan a los pobres y se acomodan algunas decisiones judiciales para los consentidos del establecimiento. Y cuando se advierten avances tendientes a hacer cambios se infunde el miedo con versiones de distorsión.
A los colombianos se les inyecta conformismo con más de lo mismo. Se acude a paliativos asistencialistas para moderar graves crisis. Y esto se ha visto en las decisiones oficiales para enfrentar los estragos de la pandemia.
Un cuidadoso repaso de los discursos de prominentes dirigentes, de lo que dicen sobre los temas prioritarios de la nación, lleva a la conclusión de que siempre tienen lista alguna mentira o la narrativa del miedo para embaucar y engañar, a fin de frenar los cambios que la nación requiere.
Puntada
El Bicentenario de la Constitución aprobada por el Congreso reunido en Villa del Rosario de Cúcuta debiera generarle a Norte Santander otro aporte histórico de la nación.
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