Uno debe aprender a entender los signos, estar atento a los momentos vitales y ser fiel a la convicción de que las leyes universales se ordenan, y se sincronizan, de acuerdo con el giro que da el carrusel del destino.
Los mejores instantes ocurren cuando la tangente mágica del tiempo toca el punto sensible, el corazón, del que parten, se entrelazan y regresan todas las preguntas, del que deja las respuestas al espíritu.
Entonces surge la inquietud mayor: ¿cuál es la ventaja de la vida? Y si la hay, ¿cómo asumirla con actitud de libertad? Mi respuesta es que uno debe encontrar una vía permanente para restablecer las cosas que se van desajustando, constantemente, en esa tendencia del mundo a desordenarse (ley de la entropía), con la intuición de saber que en el alma está la semilla serena.
Hay una lógica natural y uno no puede discutirla, sólo interpretarla, integrarse a sus instantes y rozar los límites de su majestad, con la intención sincera de hacerla íntima y subjetiva en la lucidez intelectual.
Ahí, al lado de nuestra consciencia, está todo, en la antesala de los sueños, esperando el salto hacia una sabiduría que permita escuchar, con sumisión, las voces del porvenir, a esperar el murmullo de una brisa suave que convoca a la evolución del pensamiento.
La vida posee un encanto: su misterio. Lástima que uno lo entiende mejor cuando está viejo porque, si no, lo hubiera dejado caer antes, gota a gota, en su Ser, para contarle al olvido que hay una fragancia de rosas frescas en cada madrugada.