En 1922, un año después que Einstein había ganado el premio nobel, el físico alemán le dio a un mensajero del hotel Imperial en Tokio, dos reflexiones escritas acerca de cómo tener una vida feliz. La primera dice: “Una vida tranquila y modesta trae más felicidad que una búsqueda constante de éxito, unida a una agitación constante”; la segunda: “Donde hay voluntad, hay un camino”.
Según un descendiente del mensajero, Einstein le entregó las notas a su antecesor diciéndole: “Quizá, si tienes suerte, estas notas se transformarán en algo mucho más valioso que una propina normal y corriente”. Einstein acertó, las notas fueron subastadas por 1.3 millones de dólares el 24 de Octubre de 2017, en Jerusalén.
Se dice que estas dos reflexiones podrían hacer parte de la llamada “Teoría de la Felicidad” de Einstein. Con seguridad, lejos de querer dar a la humanidad otra teoría científica, y que estas dos reflexiones fueran parte de los postulados que la componen, si es apreciable que Einstein había constatado, que en la vida, el éxito acarrea costos personales, entre ellos la perdida de una vida sosegada.
Perder la tranquilidad por el hecho de ser célebre, se debe a que el éxito se convierte en una posesión. Al igual que el dinero, pensamos que el renombre nos debe dar un alto interés, representado en fama y poder. Con ellos, deberíamos conseguir más de lo mismo, más éxito. Sin darnos cuenta, entramos en un círculo vicioso donde cada vez nos aferramos más al éxito, a la fama y el poder.
El apego al éxito nos hace sufrir cuando pensamos en su posible pérdida. Surge entonces la paranoia, y vemos en todas las situaciones que pueda alejar el éxito de nosotros, los peores enemigos.
La agitación en nuestras mentes por la posible pérdida de notoriedad, se hace recurrente. La paranoia se acrecienta cuando nuevas situaciones y contextos surgen. El simple hecho que el mundo cambie todos los días y nada sea estático, nos perturba. El miedo, el odio y el enojo aparecen y no hacen posible que tengamos como respuesta ante la vida una actitud tranquila, acertada y alegre.
El éxito es adictivo. Las personas exitosas, al ser populares y reconocidas, gozan de cierta capacidad y autoridad de hacer determinadas cosas que a otros no les es posible. Los exitosos pertenecen a un singular club VIP, en donde se juntan con personas de mayor o igual poder que ellos. Entonces, las posibilidades de hacer, más que ser, resultan infinitas.
Con la alta adicción al éxito y el poder, viene el sufrimiento por el deseo de tener más de ambos. Surge la avaricia, y seguro se está dispuesto a pagar un alto precio personal y económico por mantenerlos. Con el éxito manejado de esta forma, se cosecha lo contrario a la felicidad, el sufrimiento.
Algunas personas suelen sufrir más la pérdida del éxito que otras. Son muy conocidos casos de artistas bajos en popularidad que promueven escándalos mediáticos, con lo que logran que su nombre vuelva a ser notorio. En el ámbito político, todo comienza con un éxito electoral o una designación. Luego, la persona cuenta con las condiciones y herramientas para hacer determinada cosa, por no haber casi nada que se lo impida. Por eso, perder la felicidad condicionada que da el poder, es insoportable.
Mantener el éxito requiere de una actitud de renovación, de reinvención, de más esfuerzo. El éxito no puede basarse únicamente en ejercicios de populismo y dominación, requiere del hacer el bien y del ser mejor persona. Por ello, es importante ahondar en el pleno conocimiento de nosotros mismos y comprender que el éxito debe ser usado para favorecer a todos los que comparten nuestra senda, sean amigos o no. El éxito soportado en una perspectiva individual, egoísta, será poco de poco provecho para la sociedad.
Finalmente, parafraseando la segunda nota de Einstein, puedo decir que: sí en realidad tenemos la voluntad, dejar y soltar el apego al éxito es el camino. Es evidente que se puede triunfar y ser generoso al mismo tiempo. La acción de ser generoso produce el efecto de la verdadera riqueza, que no es otro que el sentimiento de tener siempre suficiente, por la única razón que se comparte. Al fin y al cabo, la riqueza monetaria, al igual que el poder, no nos serán permanentes en este plano de desarrollo.