Los colombianos nos debatimos confundidos entre dos versiones de nuestro pasado común, que nos impide tanto comprenderlo y asumirlo para vislumbrar algún entendimiento a futuro. Por un lado están quienes consideran los guerrilleros, sin fórmula de juicio, combatientes heroicos que permiten hacer caso omiso de desmanes y excesos en aras de lograr el ideal supremo. Otros, con igual contundencia, los juzgan como unos simples delincuentes que deben ser tratados y juzgados en consecuencia con sus crímenes.
Pero la verdad, el almendrón de nuestra realidad no lo abarca completamente ni una ni otra de estas interpretaciones. Seguimos sin tener una comprensión clara y real de las características de nuestro conflicto interno. La lucha revolucionaria colombiana se fue desvirtuando, entre otras por la entrada en escena del narcotráfico y toda la ilegalidad que arrastra. La guerrilla empezó por rechazarlo y enfrentarlo, hasta que lo aceptó por lo que les significaban los narcocultivos a las comunidades de campesinos colonos y cocaleros; empezó el cobro guerrillero del gramaje. Ese ingreso ilegal para financiar una actividad ilegal, sustituyó al anterior del secuestro.
Hasta ahí la historia es más o menos clara. La dificultad empieza cuando las relaciones guerrilla -narcóticos empiezan a tomar unas dimensiones que trascienden las necesidades de financiar la acción armada. Este cambio se acelera entre las negociaciones en tiempos de Betancur en Casa Verde, cuando todavía el componente militar era el predominante, y las del Caguán cuando había avanzado de manera muy significativa el tema narco y el negocio estaba creciente y bollante. La guerrilla rompe el equilibrio entre el crecimiento físico y el organizativo, en favor del reclutamiento acelerado; hay plata para hacerlo. Esta paradójicamente será una de las causas que los llevó a tener que sentarse a negociar en La Habana.
El negocio se amplía y profundiza; atrás quedaron los tiempos del gramaje. Cada vez pesa más la realidad, perspectivas y atractivo del narcotráfico, mientras que el frente militar no presenta la misma dinámica. Las Farc pensaron que con dinero podían poner la correlación de fuerzas a su favor. Crece el peso del narcotráfico en la vida y práctica de las Farc; ya los ingresos son superiores a los gastos del conflicto; se empieza a generar un excedente económico que no es constitutivo de la lógica del enfrentamiento armado. Esos dineros excedentes y su manejo, una vez firmado el Acuerdo del Colón se convierten en delitos comunes enfrentados con el Código Penal. La comprensión y manejo de esta situación es una de las causas del actual enfrentamiento cerril.
El otro enfrentamiento proviene de cómo se define hoy la naturaleza del guerrilla: grupo insurgente o cartel de la droga. Probablemente tiene de ambos; en los últimos años presiona más duro el componente narcotraficante; por eso la negociación no podía demorarse más, pues se podría llegar al punto en que lo narco fuera lo predominante con consecuencias políticas para plantear una negociación.
Para entender sin calificativos altisonantes, la naturaleza actual de las FARC y el sentido de la negociación y sus alcances, debe tenerse en cuenta el carácter mixto, ambiguo si se quiere, que ha ésta ha asumido y que impide ver la realidad en blanco y negro, entre buenos y malos, policías y ladrones. Solo dejando ese cómodo maniqueísmo, que ahorra los análisis y tener que hacerle los reconocimientos a la otra versión, será posible avanzar hacia la visión compleja y matizada de una realidad que tiene esas características, sin lo cual seguiremos girando como el famoso corcho en el remolino de la confusión y la incomprensión.