La primera víctima de la toma y retoma del palacio de justicia ha sido la verdad. Que sigue sin ser encontrada por los periodistas, que nos conformamos con las versiones oficiales, encabezadas por la confesión del expresidente Belisario Betancur, a quien milagrosamente no le ha crecido la nariz, por mentiroso. Y por cínico diría alguno de los críticos del pésimo poeta de Amagá, quien se dio el lujo de ocupar el solio de Bolivar en dos momentos horribles de nuestra historia, la tragedia del palacio de justicia y el horror de Armero.
Víctima del mal con nombre alemán, que produce la amnesia, el viejo mandatario insistió nuevamente en repetir una mentira con la que, como muchos sabemos, trata de mantenernos engañados: confesó dos veces, con pocas horas de diferencia, el mismo cuento: habría dirigido personalmente lo ocurrido en la sede de las cortes, un hecho que conmovió hasta sus cimientos a un país acostumbrado a la violencia y a la muerte, país que ha atravesado un viacrucis que ha costado miles de vidas y nos ha protegido con una concha de armadillo que nos evita toda sensibilidad y nos aleja de la realidad. Porque si algo nos ha ocurrido desde el lejano día en que los españoles desembarcaron aquí y acabaron con los indios y violaron a las indias es que no conocemos la verdad.
Hechos que prueban nuestra ignorancia de la historia abundan en la flaca memoria de los colombianos. Así, esta es la hora que no sabemos quién mandó matar a Jorge Eliécer Gaitán y convirtió el país en vergüenza para las gentes civilizadas. Ni tampoco sabemos quién se robó el oro de los indios, ni quien movió la mano que asesinó a Uribe Uribe, ni quien dio la orden de iniciar la violencia. Nadie pidió perdón, como se acostumbra ahora, por haber iniciado la oscura noche de la dictadura partidista. Ninguno de los presidentes de la hegemonía conservadora, que duró medio siglo, pidió perdón. Ni tampoco los liberales, incluyendo a Obando, a quien acusaron del asesinato de Sucre. Estamos entre un túnel histórico. En otros países se conoce la verdad, así sea por cuotas. Aquí no. Sobre los hechos luctuosos se cubre un manto de olvido deliberado, que ha sido evidente sobre lo ocurrido en el palacio de justicia, donde pereció una corte ejemplar cuya ausencia sumió a la justicia en una época en que se pueden comprar los fallos y los magistrados se nombran por intereses políticos y no por méritos.
Por detallitos no conocemos la verdad, así Betancur confiese que es el responsable de los últimos terremotos y de los huracanes que azotan el Caribe. Eso es mentira, como lo es la confesión de que dirigió personalmente lo ocurrido el día oscuro de hace treinta años cuando un comando del M-19 tuvo la genial idea, se dice que financiado por el narcotráfico, de tomarse le sede de las cortes para juzgar al confeso poeta quien sufre ahora conveniente amnesia, como me consta. Algo que sí es verdad es que si no fuéramos Locombia, nombre que merecemos por muchas razones, el viejo mandatario, quien tuvo la inteligencia de retirarse de la política para no responder por su torpeza, hubiera sido juzgado en el Senado como le ocurrió a Rojas Pinilla, quien fue declarado indigno -otra mentira- por sus enemigos.