Tenía yo dos meses de edad cuando me llevaron a vivir a Las Mercedes. Desde entonces he sido mercedeño, porque dicen que uno no es de donde nace sino de donde se cría. De manera que, aunque nací en La Victoria, me bautizaron en La Victoria y fue en La Victoria donde en una ceiba grabaron mi planta del pie, todos mis recuerdos son de Las Mercedes. Pero La Victoria y Las Mercedes son corregimientos del mismo municipio: Sardinata.
El otro día escribí en el prólogo de mi libro Se acabaron las vírgenes la siguiente verdad: “Tres pueblos nortesantandereanos se disputan mi cuna: En Sardinata dicen que nací en Las Mercedes. En Las Mercedes aseguran que soy de La Victoria. Y en La Victoria alegan que allá ni siquiera me conocen”. Por ese prólogo me gané muchos madrazos. Pero así y todo, sigo siendo mercedeño nacido en La Victoria.
Conocí mi pueblo natal, cuando ya las nieves del tiempo blanqueban mi sien. Me invitaron unos amigos victorieros, generosos consumidores de ron Cúcuta con cocacola. Llegamos al parque y uno de ellos me señaló una casa de paredes blancas y techo de teja, situada dos cuadras abajo, que tenía sobre la puerta una placa. “Allá nació usted”, me dijo. Me emocioné, me zampé otro ron y nos fuimos a conocer mi primera mansión en este mundo. Yo iba ansioso por saber lo que decía en aquella placa. ¿Estaría allí mi nombre, en letras indelebles para la historia? ¿Me tendrían mis amigos preparada una sorpresa?
Nos acercamos despacio y, en efecto, la sorpresa fue grande, inmensamente grande. Sobre un cartón y escrito con carbón de cocina, en una combinación de letras mayúsculas y minúsculas, se leía: “Se vende guarapo”.
Por estos días, están en fiestas patronales en Las Mercedes. Mañana, 24 de septiembre, se celebra la festividad de Nuestra Señora de Las Mercedes, la santa patrona. Desde mañana hasta el domingo, la fiesta será corrida, en la que se combinan misas, cabalgatas, procesiones, corridas de toros, rosarios, varas de premios, bendiciones, bazares, bautizos y bailoteos.
Las fiestas de Las Mercedes son únicas: El señor cura y el corregidor y el rector del colegio se ponen de acuerdo con las Hermanitas y las madres católicas y las Hijas de María para que todo salga a pedir de boca tanto en la parte religiosa como en la parte profana. Por la mañana, la comunión, y por la tarde la francachela. “Cada cosa en su sitio”, repite el sacerdote. Y tiene razón el levita: La misa en la iglesia y los toros en la plaza que se improvisa con latas y horcones de madera. Las procesiones en las calles y las bebetas en el parque, al son de conjuntos vallenatos y carrangueros. Los rosarios, a la aurora, y el bailoteo a la noche.
Recuerdo las fiestas de antaño. El corregidor ordenaba pintar las casa de blanco y desyerbar las calles. El cura ordenaba misa y confesión. El cantinero se preparaba con buenas cantidades de cerveza y aguardiente rastrojero. El sastre y la modista no daban abasto para hacerles a todos la ropita de estreno. Y la policía arreglaba los barrotes de la cárcel para que los borrachitos no se escaparan.
Todo era bullicio. Todo era alegría. Ahora con la pandemia y la guerrilla y los coqueros, no sé cómo será la cosa. Porque los tiempos cambian, sí señor. Pero el pueblo sigue siendo amable, acogedor, rodeado de agua por todas partes, con mujeres hermosas y gente trabajadora. Estoy seguro de que las fiestas siguen siendo las mismas fiestas inolvidables de siempre. ¡Que así sea!
gusgomar@hotmail.com
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en http://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion