En estos días hablaba con un amigo sobre las dificultades de ser empresario en Cúcuta, él me decía que el problema de tener un negocio, sea de comidas o rumba, es que esta ciudad se mueve gracias a las modas. El éxito continuo de la mayoría de restaurantes es su novedad, después de tres meses, va bajando la clientela. Pensé que tenía razón, y que las modas no solo eran monarcas en la industria del ocio y entretenimiento; sino en la política. Me di cuenta de esto pensando en los sucesos de esta semana.
Cuando condenamos a Ferro por su presunto vínculo con ‘La comunidad del anillo’ –la cual, por cierto, no es un mito, y de hecho sí existe–, luego lo perdonamos y sentimos pena por él y su familia, cuando pensamos repentinamente en los niños que mueren de hambre y sed en La Guajira (y otros departamentos del país, como el nuestro), para después olvidarlos con la siguiente comidilla mediática que se nos presente en nuestras pantallas. Todo esto es gracias a las modas, eternas monarcas en Colombia, que poco a poco van acercando lo vital y lo irrelevante hasta convertirlos en uno solo, dejándonos sin capacidad de discernir, e indefensos ante los oportunistas mediáticos.
Si dejamos de lado las modas, y el cuestionamiento sobre si Carlos Ferro –ex viceministro del Interior y con quien tuve la oportunidad de trabajar durante un tiempo– tiene procesos penales pendientes relacionados o no con asuntos sexuales, podemos fijarnos en lo esencial, como lo que representa la desafortunada visita de las FARC al corregimiento de Conejo, Fonseca en La Guajira. Vimos todo el show mediático, nos contaron todo el recorrido de la llegada de la guerrilla y supimos que repartieron dos mil almuerzos, que hubo raperos y tarima.
Pero hasta ahí, nada de eso dice algo importante. Para mí, lo importante del asunto se ve desde tres ángulos: Primero, la zona que escogieron para hacer pedagogía. Fue una decisión llena de astucia elegir un territorio que carece de servicios básicos que debería proveer el Estado. Allí logran un efecto de sustitución de la legalidad, con la promesa implícita de lograr lo que el gobierno colombiano no ha logrado. Segundo, hacer el evento con hombres uniformados y armados que resguardaban la seguridad de los integrantes de las Farc deja ver la intención del grupo de mostrar que todavía tienen el poder de las armas para defenderse, y tercero, hicieron que las Fuerzas Armadas que hacían presencia allí se desplazaran lejos de la zona, a ochenta kilómetros de Conejo. Este último punto me parece el de mayor importancia porque supone la capacidad de la guerrilla de dar órdenes a la esfera legal del país. Esto les da legitimidad ante la población, y es lo más peligroso que podemos tener en este punto de las negociaciones. En definitiva, lanzarle dardos al Gobierno, como decía un artículo de El Tiempo, no es lo indicado, ya que, si vemos las cosas en perspectiva, es mucho más fácil ser las FARC que el Estado, debido a que los primeros no tienen ningún compromiso legal con la población colombiana y pueden romper cuantas promesas quieran, sin enfrentar ninguna consecuencia. Así no nos guste, hoy, son ellos los que tienen el sartén por el mango.
Mientras nos deslumbramos con el parloteo de Uribe y sus seguidores en Twitter, perdemos la capacidad de analizar las actividades de Iván Márquez, Joaquín Gómez y Jesús Santrich en los territorios que tenemos miedo de perder a manos de las Farc; los mismos que no nos importan durante los otros 364 días del año.
Así que, si olvidamos las modas por un rato, por lo menos hasta el 23 de marzo, tal veamos con mayor claridad las cosas y dejemos de prestar atención a lo irrelevante; para así tener, por lo menos un lugar legítimo dentro de la discusión por la paz.