Estaba en PDVSA gas en Caracas la semana anterior a la primera elección de Hugo Chávez como presidente de Venezuela, en unas reuniones de trabajo. En el almuerzo con varios funcionarios de PDVSA gas de nivel de jefes de división y gerentes, surgió el tema por quien iban a votar, teniendo en cuenta que aquel ya se preveía como un peligroso populista, por lo que yo pensé que la gran mayoría no votaría contra Chávez. Mi sorpresa fue que era al contrario, casi todos votarían por el comandante golpista con argumentos como “dijo que iba a enderezar la justicia y ese es el cáncer de Venezuela, con que sólo haga eso, ganamos”, o “no puede ser más corrupto que los dirigentes que hemos tenido”, o “Venezuela nunca aceptará que esto se desvié a la izquierda, ya que somos un país pro-gringo”, o “habla mejor que muchos y el diagnostico lo tiene claro”. Si estos argumentos le suenen actuales en Colombia es porque lo son, pero refiriéndose a Gustavo Petro; sólo basta mencionar uno que no se daba en la Venezuela pre-socialismo del siglo XXI: “lo del castro-chavismo es un invento de Uribe, para meter miedo”. Casi todos son hoy parte de la gran diáspora venezolana a que llevó el chavismo-madurismo.
Mucho antes de Chávez, en los años previos a la segunda guerra mundial, en su libro de 1943, Camino de Servidumbre, Friedrich Hayek, escribe que “la influencia de las ideas socialistas como la inocente confianza en las buenas intenciones de quienes ostentan un poder totalitario han aumentado notablemente”. Y sentencia que “Aunque algunos de los mayores pensadores políticos del siglo XIX, como De Tocqueville y Lord Acton, nos advirtieron que socialismo significa esclavitud, hemos marchado constantemente en la dirección del socialismo”.
Lo que advierte Petro es que va a profundizar el camino hacia el Leviatán estatal con que la “jurisprudencia” ha orientado la Constitución de 1991. Y no crean que la juventud ideologizada siempre defiende lo más vanguardista, como lo quieren mostrar Petro, el Polo y los Verdes. Como escribió Hayek, “Muchos profesores de universidad británicos han visto en la década de 1930 retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si eran comunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental”. Hay juventudes que sólo están seguras de sus odios. Ese odio al principio de la libertad individual que muestra hoy Colombia en muchos jóvenes, puede explicarse por tener un sistema educativo ideologizado hacia la izquierda, además claro, del espantoso papel que han jugado los gobernantes en mantener un régimen semifeudal y una presidencia principesca.
Por eso Iván Duque es la última oportunidad que tenemos como país de no caer en el socialismo del siglo XXI, que ratificó Petro abiertamente en su discurso del 27 de mayo en la noche, manteniendo la amenaza de expropiar lo privado, nacionalizar la banca, acabar la educación privada, tener muchos empresarios privados pequeños apalancados por el estado y sirviendo a los propósitos de la equidad que Petro habrá de definir. Porque a eso lleva la panificación colectivista, a un líder (sea el padrecito Stalin o el führer Hitler o el semidiós Kim Jong Un o a Castro o a Chávez); y esa búsqueda no empezó en esta campaña. También en el discurso referido antes, Petro ratificó que el M-19 era el padre de una constitución que “bien manejada”, desde un sector judicial mamertizado, llevará al “estado socialista de derecho” que ellos anhelan. Han avanzado bastante; por eso es tan grave el momento.
Y Duque como presidente debe avanzar de manera rápida con los cambios necesarios, en el mercado, en el sector financiero y en integrar físicamente al país de oriente a occidente, reconociendo la condición urbana del actual país. Y tendrá que dar duras batallas con un sistema judicial ideologizado y un Congreso venal. En cuatro años no va a lograr ni el 10% de esto, pero si logra cambiar la tendencia que lleva el estado actualmente, habrá salvado a Colombia de su hora más delicada.