Entre tantos temas, si se tratara de escoger solo dos, destacaría unos obvios por sus repercusiones hacia el futuro: en el ámbito internacional, la presencia del islam y en el plano nacional el tema de la paz.
Según un reciente estudio del Centro de Investigación Pew de los Estados Unidos sobre tendencia de las religiones y la vida pública en el mundo, la tasa de fecundidad en la cultura cristina es hoy de 2,7 por mujer, superior a la hindú de 2,4 y al promedio mundial de 2,5, pero inferior a la de la cultura musulmana que es 3,1.
Por esa vía se proyecta que en el año 2.070 ambas culturas tendrán, cada una, el 32% de la población y para 2.100 (11.200 millones de personas) los musulmanes serán el 35% y los cristianos el 34%.
Lo que ha ocurrido este año en Europa, la dramática llegada de sirios acosados por la guerra y norafricanos por el hambre y guerras, como la tragedia del 13N, es un aviso de lo que vendrá cada vez más: el avance incontenible de una cultura diferente en la esfera occidental con los consecuentes retos de cómo afrontarlo.
Todo un desafío político saber tratar y distinguir a una cultura diferente, de un grupo de terroristas, el denominado estado islámico, que no representa a esa cultura milenaria, desde luego.
Un símbolo de ese punto en ebullición fue Francia, no solo por los hechos del 13N sino porque es el país occidental hoy más permeado por el islam desde hace décadas, porque antes, recordemos, el islam estuvo en España durante 700 años, hasta que en el siglo XV fue expulsado de la península; por eso nuestra lengua tiene infinidad de palabras de ese origen (hola, alfil, tarima, alcalde, alfombra, coima, robo, jabón, limón).
Pero lo remarcable en medio del complejo panorama es que los franceses en las elecciones regionales recientes no hayan votado por la extrema derecha de la xenófoba Marine Le Penn, como podría haber ocurrido en respuesta al 13N, lo cual indica que la tendencia es favorable a entender el problema y solucionarlo en forma política, es decir, de conveniencia a los intereses públicos y no en forma extremista, como sería la sola respuesta de la exclusión cultural y la vía militar.
Algo parecido a lo que en el plano nacional este año nos deja como tarea para 2016 y los próximos 10 o 15 años, el esfuerzo por construir la paz.
Que no ha sido fácil, ni lo será, ni podría serlo porque se trata de explorar un camino inhóspito que conduzca a superar un conflicto endémico de 60 años; de ahí la normal discusión y polémica en lo que tiene que ver con los acuerdos en sí, el tema de la justicia transicional, si va o no va a haber cárcel para los insurgentes, si el narcotráfico podría ser conexo con otros delitos, la forma de reparación a las víctimas, el umbral de votos requeridos para aprobar el plebiscito, etc.
Es natural que un sector del país tema los cambios, pero los problemas humanos complejos nunca han tenido soluciones fáciles cuando se les busca salida a través de la razón, en cambio generalmente cuando se privilegian las medidas de fuerza, siempre hay sectores que sufren la tragedia de la guerra.
Por eso es mejor la búsqueda de una paz con dificultades que la continuación de una guerra que tiene sus intereses y por eso hay que decirle Sí al plebiscito en 2016.