A veces la política es un absurdo. Sobre todo cuando le tapa los ojos a quienes deberían tenerlos bien abiertos y dejar de lado los odios para colaborar con el bienestar del país que les concedió todos los honores, incluyendo nada menos que la Presidencia de la República. Sin embargo, entre nosotros se está presentando un insólito fenómeno: dos exmandatarios, que se odiaban, ahora andan de brazo con el propósito de conseguir un golpe de Estado, que saque del poder al culpable de sus descargas de bilis: Juan Manuel Santos.
Sin mirar el ejemplo de los venezolanos, nuestros vecinos, los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana se han unido bajo la misma bandera: sacar del poder a Santos, quien fuera ministro de Hacienda del uno y de Defensa del otro. Se ha probado, una vez más, que el sentimiento más poderoso es el odio, que en Colombia ha movido la historia y ha producido cambios, terremotos y guerras civiles.
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Unos personajes que tienen jugosa pensión vitalicia están dedicados a tratar de acabar con la democracia, defectuosa sí, pero ejemplar si tenemos en cuenta la desgracia que afrontan nuestros vecinos, quienes atendieron los cantos de sirena de un coronel golpista y derrumbaron a un gobierno que reemplazaron por una dictadura que no tiene capacidad para conseguir comida, papel higiénico y mantequilla. Un desastre completo.
Mi papá, gran periodista, decía: la culpa no la tiene el indio sino el que le da la chicha. Eso está pasando: los responsables de defender la democracia la van a acabar. Se ha destapado inmenso escándalo de corrupción en el que están involucrados el presidente Santos y su rival de hace cuatro años.
Las dos campañas recibieron dinero de empresa brasileña, que repartió dinero a diestra y siniestra para conseguir contratos. Gastó inmensa suma en varios países y engordó los bolsillos de presidentes, ministros y parlamentarios. No dejó títere con cabeza, para felicidad de los periodistas que consiguieron tema diario para escandalizar a sus oyentes, sin pensar que así empezó la desgracia de Venezuela, que escuchó las promesas electorales de personaje que se creía el sucesor de Fidel Castro. Oír a los colegas de las emisoras pone el pelo de punta a cualquiera, pues vamos con los ojos abiertos hacia el abismo. Hay total irresponsabilidad hasta el punto de que uno de ellos anunció, sin parpadear, que si el barco se hunde, buscará refugio en otro país. GPT