El expresidente Ernesto Samper, a quien le debo únicamente su amistad, produjo inmenso terremoto en su presentación ante la comisión que investiga, entre otros delitos, el asesinato de Álvaro Gómez, el más infortunado de los políticos del siglo 20, quien se arrimó al poder pero nunca pudo ser presidente, ministro ni siquiera gobernador, no por su pasado sino por la enemistad de poderosos que lo identificaban con su ilustre padre, el “monstruo”, el expresidente conservador Laureano Gómez.
Samper, quien ofreció decir su verdad, pues de lo contrario “estaría diciendo mentiras” se presentó, por segunda vez, ante la Comisión de la Verdad, que preside sacerdote jesuita, el padre Francisco De Roux, -objeto del odio de la derecha- donde repitió algo que había dicho durante su gobierno: hubo reuniones secretas para destituirlo, las cuales llevaron al crimen de Gómez, quien no quiso sumarse a los conspiradores, para un golpe de estado, en reuniones que periodista conservadora, que trabajó con Gómez, sostuvo que en realidad fueron “complots infantiles”, un juego de niños, similar a las gambetas, tal vez con el propósito de quitarles importancia, aunque fueron presididas por importante dirigente empresarial, jefe de la “mano negra” y que fueron denominados los “conspiretas”.
Samper acusó a dirigentes de la derecha, a líderes gremiales, militares retirados y jefes de la extrema, de organizar las reuniones destinadas a derrocarlo, con el apoyo de uno de sus mayores enemigos, el embajador de Estados Unidos, Myles Frechette. Como único presidente que se ha presentado en la comisión, repitió lo que ya había dicho antes: el ingreso de dineros en su campaña ocurrió a sus espaldas y el culpable de los contactos con los narcos del Valle fue el exministro Fernando Botero. El resto fue la repetición de las versiones que se hicieron famosas bajo el nombre del “ocho mil”, el número del expediente que se abrió por la infiltración de “dineros calientes” en las arcas de la campaña samperista. No hubo nada nuevo sobre el crimen de Gómez, del cual los familiares del asesinado jefe conservador, que no tuvo la suerte de crear un nuevo partido de derecha, como ocurrió luego, culpan a Samper y al exministro Horacio Serpa. Ahora el nuevo fiscal ha anunciado que pondrá todo su empeño en esclarecerlo. Pero creo que pasará lo mismo que con el asesinato de Gaitán: pasarán los años y seguirá en el misterio, salvo que uno de los implicados haga lo mismo que Aída Merlano: cante la verdad. Colombia necesita saber lo que ha ocurrido en nuestro pasado, pero es muy difícil que sepamos quienes estuvieron detrás de asesinatos que nos siguen conmoviendo. GPT