La madurez y estabilidad de las democracias modernas se mide hoy no solo en términos de la eficacia en el funcionamiento de sus instituciones, sino también en la capacidad que tengan el estado y la sociedad de construir escenarios de diálogo social que permitan encontrar soluciones efectivas a las demandas ciudadanas.
Uno de esos espacios que permanentemente vemos en países como España, Francia o Estados Unidos es el de la calle, las movilizaciones, las marchas que generan reacciones de apoyo o rechazo, dependiendo de sus actores y de la forma en que se realizan.
La democracia colombiana está en proceso de ajuste y normalización gracias al acuerdo de paz con las Farc que garantizó la desmovilización y desarme de la guerrilla más poderosa y antigua del continente.
Durante las últimas décadas tuvimos una democracia atravesada por las balas de los grupos guerrilleros y paramilitares. Esta normalización y ampliación democrática tiene que ver también con el ejercicio de la protesta social. Y ahora sin la guerra con las Farc, debemos acostumbrarnos a las movilizaciones en un país que demanda mayor inclusión social. Hay más libertad para protestar porque antes a toda marcha se le estigmatizaba muy fácil al relacionarla con los distintos grupos al margen de la ley. Ni siquiera se escuchaban sus razones y demandas. Ahora esta descalificación no cabe.
Es el caso de los estudiantes de las universidades públicas del país. La mayoría de los colombianos respaldamos hoy su causa que encontramos justa. Gracias a las marchas se ha visibilizado una crisis estructural de la educación superior pública en Colombia como consecuencia de la escasez de recursos.
Hoy se discuten en las calles y los medios las modificaciones al programa Ser Pilo Paga, el funcionamiento del ICETEX, la ausencia de cupos por el déficit presupuestal, el aumento exagerado en los costos de las matriculas para los estudiantes de menores recursos. La marcha estudiantil logró la solidaridad de la inmensa mayoría de los colombianos. Por ello, es crucial preservar ese apoyo de la población y evitar que unos cuantos vándalos se aprovechen del entusiasmo de los jóvenes para sembrar el caos y la anarquía en las ciudades. El rechazo oportuno, claro y contundente a los actos de violencia del pasado jueves por parte de los líderes estudiantiles es una demostración de seriedad que debería ser respondido por el gobierno nacional con una actitud de mayor apertura y diálogo.
Tienen razón los estudiantes al quejarse que el presidente de la República tenga tiempo de reunirse con Maluma y no con ellos. Se equivocó además el gobierno cuando pretendió resolver el problema con los rectores, excluyendo a los jóvenes. El gobierno debería aprovechar el consenso político y social en torno a la necesidad de priorizar la atención presupuestal a las universidades públicas, para sentarse en la mesa con los estudiantes y buscar acuerdos de corto, mediano y largo plazo. Doblemos definitivamente la página del estado de sitio de los años ochenta, de la criminalización de la protesta social que pretende revivir el Ministro de Defensa y aprendamos todos a respetar el derecho a la protesta y a exigir con la misma firmeza castigo judicial para los violentos que buscan pescar en río revuelto.
Se anuncian nuevas movilizaciones en los próximos días no solo de los estudiantes sino más amplias en rechazo a la reforma tributaria. Seguramente saldrán cientos de miles de colombianos y eso no debe ser visto como un problema grave para el país, sino como la clara expresión de que las diferencias se resuelven ahora con participación ciudadana en las calles y no con balas en el monte. Es cierto que el conflicto armado con las Farc llegó a su fin, pero el conflicto social se mantiene y debemos ser capaces de afrontarlo con inteligencia, sin excesos de ninguna clase, como la democracia más amplia y profunda que somos hoy. A las protestas no hay que tenerles miedo, a los jóvenes en las calles tampoco. Miedo generaban las Farc y su capacidad destructora, sus secuestros, atentados y las bombas que afortunadamente ya no vemos en las noticias. El rechazo unánime a los grupos aislados que generaron violencia esta semana es el mejor síntoma de que Colombia está cambiando para bien y esta nueva realidad brinda enorme legitimidad a nuestra democracia.