Tal vez con anticipación comenzó a surtirse la baraja de los aspirantes a la Presidencia de Colombia para el período 2026-2030. En esa subienda han tomado la delantera reconocidos políticos alineados en la derecha, aferrados a un enfoque distorsionado de la realidad y con narrativas de calculada beligerancia, por lo cual asumen un discurso provocador, recargado de ofensas contra los adversarios que ellos mismos han escogido. Y con ese tono de confrontación se autoproclaman como mesías de misión salvadora. Están convencidos de una supremacía infalible y por lo tanto se consideran portavoces de la verdad absoluta. Son dogmáticos.
Claro está que el derecho a aspirar a la Presidencia de la República no admite recortes. Lo garantiza la democracia a los que no tengan impedimentos legales. Pero quienes busquen ese destino quedan sometidos al escrutinio público. No pueden sustraerse al juicio de sus conciudadanos. Cabe la medición respecto a su preparación, a la conducta con que hayan procedido en sus quehaceres, a los resultados de sus desempeños en el servicio público, si lo han tenido y a sus antecedentes relacionados con el manejo del poder, que tanto pesa en la vida de la comunidad.
Como la periodista Vicky Dávila es una de las más sonadas y visibles en este comienzo de la carrera por la Presidencia merece tomarse en cuenta, dado lo demostrado en su protagonismo. Una de sus mayores debilidades es la contradicción recurrente con respecto al periodismo. En tiempos del gobierno de Iván Duque ella cuestionó con rabia al comunicador Hassan Nasar, entonces asesor de prensa del Jefe del Estado. Le criticaba la utilización del periodismo con interés político. Lo que fustigaba con tanto énfasis lo convierte en práctica abundante en la revista Semana bajo su dirección. Y no es solamente utilizar el periodismo como espada de una causa política, sino también la distorsión de la información, recargándola de narrativas falsas.
Otro de los insumos de Vicky Dávila en su carrera por la Presidencia es el odio. Lo destila con intensidad pretendiendo aniquilar a quienes estima adversarios de su ambiciosa pretensión.
Todo lo que Vicky Dávila pudo sumar como activo de su ejercicio periodístico lo festinó al impulso de arrebatos políticos en la perspectiva de la fantasía del poder. Tiró por la borda su credibilidad.
Es lamentable pensar la política como objetivo del odio, en un país rebasado de problemas y donde la prioridad debiera ser la búsqueda de soluciones discutidas racionalmente y con ánimo democrático.
Ante la necesidad de ponerle punto final conflicto armado y a la criminalidad que promueven los grupos encarnizados en hacer violencia es desatinada la miopía de quienes buscan prolongar el fallido poder con el que se han beneficiado.
Tener desacuerdos con el presidente Gustavo Petro y ejercer la oposición a su gobierno está dentro de la institucionalidad, pero no tiene por qué adobarse ese derecho con el insumo del odio, lo cual no conduce sino a la irrigación de cuanto está mal.
La política no puede ser un surtidor de ofertas obvias o simplistas, ni una cantera de agresiones. Colombia requiere superar las mezquindades que tanto han afectado la vida de sus habitantes. Esa es la prioridad, señora Dávila.
Puntada
Revivir la vida y la obra de Jorge Gaitán Durán con motivo de los cien años de su nacimiento debe llevar también al fortalecimiento del desarrollo cultural de la región.
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