Lucho con su sombra me guía, contando cosas de su misión, de su propia huella protegiéndolo del olvido. En la mañana del sábado, al amanecer de su exposición, estuve presto a unirme a un homenaje a la dedicación y a la dignidad, a su esencia de ser artista.
Hallé una muestra exquisita, apta para abstraer de ella un eco puro de luz y de sombra, de alegría y de tristeza, en fin, de aquellos contrarios que hacen de la vida un interesante tiempo de misterios.
Los colores son las cintas del arco iris que se desprenden, mientras los privilegiados pintan sus ausencias y armonizan la brecha entre lo divino y lo humano: Lucho los desplegó, o los reunió, los hizo trenzar en la propuesta bonita que plasmó en versos de pinceles, o en voces de tradición, tan cara a su sensibilidad.
Allí estaba, con Shauki, Pilar y Nacho, contando un poema familiar, con María del Pilar y Alex, reunidos en la fantasía, para abrir el cortejo al amor, en esa remembranza que da ritmo eterno a la nostalgia y deja salir un rato la pintura de los cuadros.
El canto fue de pájaros y el baile de duendes, el coro de los amigos y la gente que lo admiró y respetó. Todo ascendía al azul, en una larga gratitud que recorría la distancia del afecto hasta sembrarse en el recuerdo.
Qué gratos los espacios y la espiga de un sentimiento que volaba al alma con emoción, para hacer girar en el viento el infinito prodigio de la bondad recostada junto al corazón. (Gracias, Fundación Cerámica Italia).