La próxima elección presidencial de los Estados Unidos no podría estar más “enrarecida” en medio de una geopolítica internacional en alerta naranja.
Por una parte, el actual presidente Joseph Biden acusa síntomas cada vez más visibles de problemas cognitivos irreversibles, lo que convierte su posible nominación como candidato del partido demócrata en una aventura políticamente irresponsable, así muchos piensen que es el único con suficiente capital político para enfrentarse al seguro nominado del partido republicano, Donald Trump. Se vuelve crítica la escogencia de la formula vicepresidencial, pues muy seguramente, en caso de ser elegidos, será quien podría ejercer la presidencia. No podrá ser un tiro al pie como Kamala Harris. El partido demócrata está en problemas.
Por la otra, Donald Trump enfrenta graves acusaciones legales que en cualquier momento lo pueden sacar de la presidencia, a la cual apunta como el más opcionado y que ya cuenta con un partido republicano unido a su alrededor. Todo apunta a que veremos el regreso del Make America Great Again (MAGA II), el eslogan de campaña de Trump. Trump crea grandes interrogantes hacia el futuro.
El primero es respecto a los inmigrantes que se han vuelto centrales en el debate político ante el papel que en el daño de la seguridad han tenido, en especial los venezolanos y los seguidores del fundamentalismo islámico. Ver venezolanos disparando en Times Square de Nueva York y al tren de Aragua asolando vecindarios hace preguntarse si la inmigración incontrolada por razones “humanitarias” es una buena política. Y después de ver la sevicia de Hamas en su ataque a Israel, hace que no solo los estadounidenses sino los europeos se opongan a mayores migraciones. Europa también está girando a la derecha, ante el fracaso del progresismo, que hizo los países más inseguros por su tergiversación de unir pobreza y violencia.
Además la implantación en Estados Unidos del progresismo y su teoría de derechos absolutos llevó a que los zombies de las drogas hoy deambulen por las grandes ciudades de los Estados Unidos, derechizando a los electores que piden orden y seguridad, así la economía muestre mejoría. Estas realidades fortalecen a Trump.
Pero a los no gringos nos interesa la política exterior. Biden fortaleció las alianzas occidentales para enfrentar el reto de un autócrata como Putin pero al mismo tiempo fortalece la izquierda antidemocrática latinoamericana con el soporte de los “progresistas” de la burocracia del Departamento de Estado, que ante la percepción de bajo riesgo de seguridad nacional del subcontinente latinoamericano han ignorado la captura de los estados latinos por autócratas como Maduro, con quien se ha querido “negociar” la democracia. Comprar esta teoría progresista puede costar; el tridente China, Rusia e Irán ya están en Suramérica.
Trump es un acertijo. Es claro que a la izquierda latinoamericana se le va a complicar la relación con Estados Unidos. ¿Qué pasará con Ucrania y la alianza atlántica pensando en la “conexión rusa” de Trump? Me atrevo a pensar que ante la decisión de financiar la defensa de Europa por parte de los mismos europeos, el acuerdo OTAN seguirá. No habrá concesiones al fundamentalismo islámico y la situación en Oriente Medio se agravará; para dónde gire dependerá de los estados árabes moderados y enemigos del fundamentalismo chiita. Y Trump aprovechará la circunstancia para retirar recursos a Naciones Unidas, por su implicación en el ataque a Israel.
¿Y China? A Trump no le fue mal en su primer período con las democracias asiáticas que antes por el contrario veían en Biden alguien que podría “retirarse” del conflicto y dejarlos solos como hizo con Afganistán. Una alianza pacifica más profunda parece probable. China atraviesa un retroceso económico que Trump aprovechará para fortalecer la industria estadounidense. Si esto forzara más la radicalización político-militar está por verse.
Con Biden el riesgo es su política de apaciguamiento; con Trump su política de aislamiento. Nadie sabe lo que viene, pero no será estabilidad. Llega MAGA II.
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