Los medios de comunicación vienen planteando, de manera “seria”, que a raíz del ascenso del populismo (refiriéndose en particular a Trump, quien se apoyó en “mentiras” de las redes sociales, como sucedió también, dicen ellos, con el triunfo del NO en el plebiscito de Colombia) un debate para mirar cómo evitar esta contaminación de la “verdad”. El solo enunciado ya plantea varios supuestos, no por odiosos menos peligrosos: que solo hay una verdad, que los medios de comunicación establecidos son poseedores y guardianes de ella, que la gente es totalmente maleable y que el poder no dice mentiras.
Veamos algo sobre la “verdad” en poder de los medios. En Colombia los gobiernos se mueven entre las tres formas de mentiras: la mentira escueta, las medias verdades y las estadísticas. El inventario de mentiras del actual gobierno se comería esta columna, pero los medios se la jugaron todos por su famoso “proceso de paz”, mostrando una unanimidad que no permitía recordar que los medios de comunicación nacieron como control del poder (el cuarto poder) y no para ser parte de él, como hoy se observa. El análisis crítico de los comunicados estatales se cambió por oficinas de prensa extendidas del poder; el papel de control de los abusos de poder se cambió por el compartir mantel (o cama) con los poderosos; la objetividad se cambió por cuotas de poder. La apabullante propaganda y el ataque virulento en los medios a los opositores del gobierno, los descalifican como voceros ciudadanos. No son parte de la solución, son parte del problema y del gobierno. Y como no existe una Verdad, ellos se la inventan y la recrean,
conminan al fuego eterno a sus detractores y reclaman su parte del botín. En Estados Unidos el papelón del New York Times dando probabilidad de ganar a Trump con un 80% en el mismo día de elecciones, muestra medios de comunicación con agenda política. El caso más grotesco es Venezuela, donde cuando Maduro dice alguna sandez, los entrevistadores aplauden; es el absurdo de la libertad de prensa.
Lo segundo es que la gente no es maleable y a pesar de ese agendamiento con el poder de los grandes medios, la gente intenta buscar otras fuentes que les den una visión que se más coherente con la realidad y lo encuentra en las redes de internet, inundadas de mugre. Y claro el poder no quiere que eso cambie, pues el poder se mantiene de la ignorancia y el seguimiento burdo de los anacoretas del poder. Para eliminar la basura de la web de lo bueno se requiere uso de varias competencias, capacidad de análisis, capacidad de síntesis, y claro, saber que el poder debe controlarse. Lo que muestra el voto popular es una forma de rebelión al poder y sus publicistas.
Finalmente, que el poder no dice mentiras, no solo es antievidente, es un absurdo. Los grandes casos de fraude provienen del poder y muchos incluyen medios de comunicación orquestantes. Solo es leer algo de historia. Watergate, que se toma como el máximo ejemplo de la prensa independiente, no deja ver la cantidad de medios que prefirieron seguir las instrucciones del poder presidencial, dejando a Woodward y Bernstein como lobos solitarios. Como dice la famosa frase, la historia la escriben los vencedores.
Los medios hoy son actores políticos centrales con agendas propias, como se observa en el enfrentamiento de medios con el gobierno de Donald Trump. Eso se ha venido dando en la medida que el estado se agiganta y se torna en actor económico central; en el caso de los medios, el estado es el mayor cliente de publicidad, la base del negocio. El poder de “compra” del estado transformó los medios en “socios” de sus políticas. Además, en países como Colombia muchos medios son inversiones de grupos económicos, con intereses de control de mercado por medios políticos. Pero juegan a jueces morales desde una moral puritana, que como todo lo puritano, solo esconde la pobredumbre, y claro, ocultan un régimen corrupto, ayudándolo a permanecer.
En el debate entre ser, como ciudadano, un idiota útil del poder de la mano de los medios de comunicación con fuertes intereses económicos y estar mal informados por redes sociales, la gente decidió por lo último. Y los medios de comunicación deberían hacerse el mea culpa, pero no lo harán porque perderían sus prebendas o perderían la posición.