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Manual de política callejera
El problema es que los gobiernos, en su ánimo de resolver las cosas por el camino del dialogo, lo que hacen es ser idiotas útiles de este manual. 
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Viernes, 16 de Noviembre de 2018

El paro universitario, que ya llevó a cancelar semestre en varis universidades públicas, cada vez más muestra su perfil claramente político, donde las “exigencias” llegan hasta lo “imposible”, a objeto de desgastar el gobierno ante la opinión pública, mientras la gran masa silenciosa sólo ve pasar las cosas, algo que cada vez identifica más el perfil del colombiano, que tan bien se aprovecha la izquierda para “tomarse las calles”, una de las consignas predilectas de Petro, experto en el manual izquierdista para llegar al poder.

Así empieza el manual de las tomas izquierdistas. Tomé un grupo de inocentes o resentidos, o ambos, póngales agitadores de partidos de izquierda, con intenciones claras, y tómense las calles; no importan que sean una minoría, lo importante es que se hagan “notar”. Hay que provocar, provocar y provocar las fuerzas del orden.  En segundo término, hay que tomen un motivo real y radicalizarlo hasta hacer imposible su solución, a fin de mantener caliente el conflicto. En eso ayudarán fallos judiciales de los defensores del estado social-ista de derecho, exigiendo el cumplimiento de ese derecho “violado”, así no haya recursos. El tercer grupo en actuar son “sus” comunicadores sociales (francotiradores escondidos detrás de un micrófono) para que respalden, ojalá con “cifras amañadas” la validez de las manifestaciones y para que acusen al gobierno de “reprimir la propuesta popular”. En cuarto lugar, hay que sumarle “grupos de la sociedad civil”, de los más politizados hacia la izquierda como los maestros o algunos sindicatos a la protesta, para mostrar una “marea popular” que se enfrenta a un gobierno represor. El quinto movimiento es mover sus unidades en el exterior, sea Francia, Noruega o España (de esa Europa experta en doble moral), para que  autodefinidos “intelectuales” hagan mítines contra funcionarios del gobierno, donde cuentan la “historia” de marchas de estudiantes con claveles y velitas que sólo buscan la “paz” y su derecho a estudiar, que son atacados por los infames cuerpos de seguridad del estado que hacen “desapariciones”, y se apoyan en cuanto video salga en redes sin comprobar su autenticidad y pertinencia. Las papas bombas, los encapuchados vandálicos y con la cara tapada, son solo invenciones de un gobierno corrupto. 

Y cuando lleguen las elecciones (las próximas son el año entrante), recuérdele al “pueblo” ese gobierno retardatario ante la propuesta popular, y muestre a la izquierda no como incitadores de revueltas, sino como cultivadores de claveles blancos y amantes de la paz. Así hizo Chávez, así hizo el justicialismo en Argentina, y así hacen todos los regímenes de izquierda para llegar al poder, para después no soltarlo. El problema es que los gobiernos, en su ánimo de resolver las cosas por el camino del dialogo, lo que hacen es ser idiotas útiles de este manual, en vez de claramente hablar del carácter político de esos movimientos y pasar a aplicar el código de policía para controlar los movimientos. Pero no solo es imponer la ley ante el desorden, es también montar un modelo de desarrollo real, desmontar el monstruo fiscal y el estado elefantiasico, controlar los abusos de mercado e invertir en la sociedad con inteligencia y de manera innovadora. Y a esto meterle ciudadanía de respaldo; no dejar que unos pocos izquierdistas se tomen las calles para iniciar el desarrollo del manual izquierdista con miras a aprovechar los procesos electorales, propios de la democracia liberal, para destruir a esta. Como decía Chávez para cambiar la moribunda Constitución Liberal.

Es hora que el presidente Duque lidere un país amenazado por estas fuerzas, que tan bien alimentadas dejó Santos, y no siga siendo el buena gente que quiere lograr la unidad frente a la polarización. No le pase como a la república de Weimar en la Alemania de los años 30 del siglo pasado, que logró que el todo el país tuviera un solo propósito: acabar con la república liberal.

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